Es verdad que ya he escrito en otras ocasiones sobre las consecuencias tan devastadoras que están teniendo las nuevas tecnologías y las redes sociales en los jóvenes. También en los niños, adolescentes y adultos. De hecho, en las últimas colaboraciones, a partir de
la lectura del libro “La generaciónansiosa”, escrito por Jonathan Haidt, me referí al estrés y a la depresión que pueden causar las pantallas y sus sucedáneos, al rol de la tecnología y al de la salud mental en general.
Pues bien, planeaba abordar otro tema para el presente mes, pero justo acabo de toparme con un reportaje necesario e interesantísimo titulado “La crisis existencial de nuestro siglo: ¿estamos perdiendo el control de nuestras vidas por culpa de las redes sociales?”, publicado en el diario El País, y veo necesario referirme a él.
Argumenta su autor, Alejandro Cencerrado, que la constante conexión digital afecta a la
capacidad de las personas para controlar sus propias vidas, incrementando la ansiedad, la insatisfacción personal y el sentimiento de estar abrumados. La comparación constante con los demás y la búsqueda de validación en línea influyen negativamente en el bienestar emocional, distorsionando nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos. Esto plantea preguntas sobre la influencia de la tecnología en nuestras elecciones y en la autenticidad de nuestras relaciones personales.
La crisis existencial a la que pueden llevar las redes sociales puede conectarse con reflexiones relativas a la fe y a la vida interior, especialmente sobre el sentido de identidad y el propósito en la vida. Nuestras creencias nos hacen ver que el valor humano proviene de la dignidad innata como hijos de Dios, no de la aprobación externa. Sin embargo, las redes sociales tienden a generar comparaciones superficiales. Además, el catolicismo ofrece una perspectiva trascendental de esperanza y propósito, en contraste con el vacío existencial y la insatisfacción que muchos experimentan al basar su valor en las redes sociales, donde las cosas tienden a ser enormemente efímeras. Además, la fe católica alienta a la introspección y al silencio, prácticas que permiten conectarse con uno mismo y con Dios en lugar de distraerse constantemente por las redes. En el catolicismo, el concepto de "libre albedrío" enfatiza la importancia de tener control sobre las decisiones de la vida, algo que las redes pueden socavar al imponer hábitos de consumo digital sin reflexión.
Quizá todo se resuma en un balance: las redes pueden ser útiles, qué duda cabe, pero no deberían sustituir nuestros hábitos de reflexión y recogimiento: “Tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,6). Lo que Cristo pidió hace 2000 años encuentra un claro eco en la actualidad.