Probablemente sea esta mi última colaboración, en la revista. Al menos por un tiempo. Mis hijos me exigen ahora una atención especial y el tiempo es limitado. Para despedirme, o decir hasta luego, he elegido uno de las consideraciones que ofrece el sacerdote italiano Maurizio Botta, en su libro meditación “Los cinco pasos del caracol – Una visión cristiana de la calma y la felicidad” del que traté en el número anterior: “el silencio”. En breve el mío. Transcribo algunos pensamientos sobre el tema, pero los voy a dejar en el aire, sin darle toda la continuidad que el padre Maurizio ofrece en este capítulo de su libro, sólo quiero picar vuestra curiosidad, porque me gustaría que os hicierais con él y lo leyerais. Dejo la referencia al final del artículo.
El silencio es algo fundamental, si bien muchas veces subestimado. El silencio da estructura a la música, las melodías, la armonía, el ritmo. No hay música sin pausas. Los silencios y las pausas tienen el mismo valor que las notas. Me vienen a la mente los silencios de Jesús Quintero (1940-2022) durante sus entrevistas y soliloquios.
Qué evocativo es el toque de silencio en la ceremonia a los caídos. Sin embargo, hay quienes no aguantan ni el minuto de silencio en recuerdo de alguien: antes de que se complete ya lo están rompiendo con las palmas. Se les hace incómodo, no lo soportan, necesitan siempre ruido y más ruido.
Hay silencios cargados de vida: ese sabor de estar a gusto juntos, sin prisas, sin una palabra superflua. Un silencio henchido de complicidad, cuando vivimos una gran amistad.
“Hay otro tipo de silencio, - –observa el padre Maurizio– el que se desea dentro de la cabeza. Me refiero a esa avidez real e intensa de silenciar nuestro ruido mental, esos flujos ininterrumpidos de pensamientos, imágenes, palabras, consideraciones dentro de nosotros mismos que a veces quisiéramos acallar. ¿El deseo de silencio
interior, es una quimera o se pude alcanzar?”
El repertorio no termina aquí. Está el silencio que surge del miedo a la suspicacia agresiva de los demás. O el generado por la conciencia de la propia ignorancia, en lugar de alardear de saberlo de todo y quedar en ridículo.
Reparemos en los momentos de silencio de Jesús. En primer lugar, vemos por el relato de los Evangelios una decidida y repetida búsqueda del silencio para apartarse a orar. Pero piensa en el pasaje de la mujer adúltera: cuando le arrojan a esa mujer sorprendida en flagrante adulterio, Él se queda callado y comienza a escribir con el dedo en la arena y en silencio, tomándose su tiempo y cargando de tensión a los demás. Y, otra vez, en la Pasión, cuando elige no hablar, no responder más, salvo esas últimas y maravillosas palabras: “Perdónales porque no saben lo que hacen”, y “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y después, el silencio de la muerte, una muerte real.
Para explicar la fecundidad de Dios a lo largo de la historia, Jesús emplea la imagen de la semilla que muere en la tierra: “El reino de Dios viene a ser como un hombre que echa semilla en la tierra; y ya duerma o esté despierto, de noche y de día, la semilla germina y crece sin que él lo sepa” (Mc. 4:26-27). “Amaos unos a otros como yo os he amado”, “no juzguéis”, “no condenéis” dice Jesús. Imaginaos cuán fecunda sería una lección de amor que condujera al silencio. Porque amar significa aprender a callar, a manejar con prudencia con discreción y sabio criterio un pequeño órgano que puede ser terrible.
Una consideración final para cuando pases por un momento difícil y sientas que humanamente nadie va a poder consolarte. Recuerda que es justo el momento de la Gracia. Podrás adentrarte en un silencio profundo, que no es desesperación, sino un simple grito que diriges al único que puede escucharte. Es entonces cuando comprendes para quién existes, para quién estás hecho, y entiendes que Dios es el único que, en el silencio, puede colmarte con su amor y consolarte. _
“Los cinco pasos del caracol – Una visión
cristiana de la calma y la felicidad”. Maurizio
Botta. Editorial Rialp.