Definíamos la personalidad como el conjunto de rasgos que determinan el patrón cognitivo, actitudinal, emocional, de comportamiento, creencias y hábitos de la persona y que, durante la infancia, la construcción de la personalidad de los hijos compete a los padres. Por lo tanto, es importante que los hijos conozcan sus habilidades y talentos porque sus padres les ayudan a descubrirlos, como les ayudan también a tener una actitud positiva y emprendedora ante la vida, a controlar las emociones y no verse arrastrados por ellas, a comportarse con sencillez y corrección huyendo de la apariencia, a saber que son hijas/ hijos de un Dios que les quiere con locura y cuenta con que charlen con Él cada día e ir dándoles “pistas” para que acierten a hacer de sus vidas esa “obra de arte” que tiene pensado para ellas/ellos y que tiene que ver con la forma de ayudar a los demás.
Tenemos experiencia de que no es nada fácil conocerse a uno mismo. La sabiduría griega propuso ese conocimiento como meta suprema de la vida y Sócrates lo procuraba para sí y para quienes le escuchaban. La literatura frecuentemente presenta este aspecto del conocimiento propio y Cóleman cuenta cómo un samurái pidió a un anciano maestro zen que le explicara el cielo y el infierno y cómo el monje le replicó con desprecio:
–No eres más que un patán, y no puedo perder el tiempo con tus tonterías.
El samurái, herido en su honor, desenvainó su espada y exclamó:
– ¡Tu impertinencia te costará la vida!
– ¡Eso es el infierno! –replicó entonces el maestro.
Sorprendido por la exactitud del maestro al juzgar la cólera que le estaba dominando, el samurái envainó la espada y se postró ante él, agradecido.
– ¡Y eso es el cielo! –concluyó el anciano.
En esta breve historia vemos la diferencia entre estar dominado por una pasión –la ira en este caso– y darse cuenta de que se está dominado. Por eso, la razón es la piedra angular de la inteligencia emocional.
Para actuar bien conviene conocerse bien y, así, procurar no vivir con uno mismo como un desconocido. La conciencia emocional y el análisis de la realidad, ayudan a combatir la inestabilidad de ánimo de quien sueña con fantasías y no vive en la realidad o se sobrevalora o se subestima.
Hay un medio eficaz para iniciar el conocimiento interior y es analizar cómo son nuestras relaciones con los demás. Si estamos dispuestas/dispuestos a aprender y mejorar, llegaremos a conocernos bien y, a partir de ahí, a desarrollar nuestros talentos reales.
Tengamos presente lo siguiente: todo árbol, antes de crecer hacia arriba, crece hacia abajo. Desarrolla primero lo importante para su vida: unas raíces sólidas. Y cuanto más adverso sea el exterior, más profundas y fuertes tendrán que ser esas raíces para poder afrontar la adversidad con garantía. Este debe ser el planteamiento: cuanto más queremos conseguir en el exterior, más debemos trabajar nuestro interior porque lo que vemos en el exterior es un reflejo de la lucha interior por crecer y aportar. Esto nos lleva a comprender cómo la comparación con los demás siempre es un error, ya que la verdadera lucha, el objetivo correcto es enfocar la atención en nuestro interior porque se trata de trabajar las raíces, ya que, sólo forjando unas raíces sólidas, se alcanzan los sueños a lo largo de la vida.
Y con esa introspección, que lleva a poner la lupa en el conocimiento propio, se desarrolla la madurez y la estabilidad de carácter y, así, se consigue que la persona madure y no se altere fácilmente por una opinión favorable o desfavorable, por un pequeño triunfo o fracaso, por una buena o mala noticia… Porque cuando hay introspección se termina cayendo en la cuenta de si se obra movida/movido por las pasiones, por un interés egoísta, por ayudar, etc.
Concluyo. Si estas consideraciones nos llevan a pensar en la situación actual en la que vivo, no hay más que animar a concretar una planificación, unas estrategias y… ¡lanzarse a esa estupenda aventura de la mejora personal!