Sin embargo, si nos detenemos a pensar sobre los acontecimientos que se han producido en nuestro entorno, no podemos dejar de preocuparnos por los múltiples cambios que se están produciendo en el mismo. Catástrofes naturales, plagas demoníacas, movimientos humanos que parecen diseñados por el Mal, han llenado, los pasados meses, nuestros medios de información.
Al contemplar nuestro alrededor, a veces, se nos ocurriría gritar:
- Dios mío, no puedo insultarte afirmando que creaste al hombre.
Lucha entre el Bien y el Mal
Parece como si los humanos estuvieran empeñados en revivir la lucha entre Yahvé y Baal; ora posicionándose a favor de Baal, ora, a favor de Yahvé[1]. Sabemos que la Verdad está en Yahvé, pero no queremos desterrar a Baal de nuestros corazones. Es la lucha permanente entre el Bien y el Mal. Ahora, no buscamos un Jeú[2], porque Jesucristo desterró la violencia de la religión cristiana.
Si continuamos leyendo, vemos que Jeú desterró a Baal, acabando con sus seguidores, pero permitió que el mal siguiera instalado entre las gentes de su pueblo. Dejó en pie los becerros que había en Betel y Dan. La violencia sigue existiendo y ante nuestros atónitos ojos, se muestra cada minuto, cada hora, cada día de nuestra existencia, es por lo que debe de perseverar la lucha contra el mal.
Hace poco, leía que se siguen realizando ablaciones a las niñas africanas residentes en España. La monstruosa práctica se desarrolla entre amenazas y repudio social a los padres, que se niegan a martirizar a sus hijas y a las propias niñas. Desde hace un tiempo, los fundamentalistas coránicos están intentando crear un nuevo estado en los territorios que se encuentran entre Siria e Iraq; son miles las personas que han asesinado en su avance, lo hacen en nombre de dios y su religión. Los soldados de su ejército, son, en buena parte, miembros de nuestra propia civilización occidental, gentes que, guiados por señuelos utopistas, han abandonado sus casas para alistarse en las milicias islámicas.
El “ébola”, otra de las grandes plagas actuales, está aterrorizando a los pobladores de una buena parte de África. Es una enfermedad de fácil trasmisión y difícil cura. En paralelo, la malaria, el tifus e incluso, el cólera, asolan las zonas más pobres del continente africano.
Nos enteramos que, en algunos países, como Sudán, hay guerras que ensangrientan el territorio desde hace más de cuarenta años. El paro y el sub-empleo, las grandes catástrofes del actual mundo desarrollado, amenazan con cambiar la forma de vida de los países europeos.
Tras la crisis, que no acaba de desaparecer, las desigualdades humanas no dejan de crecer. El hambre es una plaga que comienza a extenderse por Occidente. La ciudad de Los Ángeles (EE.UU.), es la que más personas excluidas tiene en el mundo. Los asesinatos, los robos, las drogas, la prostitución, el tráfico de armas, las violencias y los abusos, forman parte de nuestra cotidianidad.
¿Hemos abandonado a Dios?
Algunas veces, en nuestra desesperación, pensamos que Dios nos ha abandonado. Nos sentimos solos y pequeños. Incapaces de enfrentarnos a tantos problemas, a situaciones tan desesperantes, tan agónicas y desmoralizadoras. Es como si el sol amenazara con ponerse definitivamente.
¿Es, lo que actualmente acontece, este cúmulo de desgracias que parece rodearnos, nuevo en nuestro entorno? Es verosímil que, antes que los días que nos han tocado vivir, haya habido tiempos mejores y peores, y existe la posibilidad de que en algunos de los sucesos que tienen lugar, tengamos una pequeña responsabilidad. Al fin y al cabo, la Sociedad la construimos entre todos y, algunos de nosotros, cada vez somos más nihilistas.
Estamos en una época de cambios. De cambios interiores y externos, tal vez éste, sea un buen momento para aumentar nuestra espiritualidad y gritar contra el mundo materialista que nos rodea. Los mensajes del Papa son una posibilidad para comenzar el camino iniciático, que nos conduzca a recuperar el valor de los asuntos relacionados con el espíritu.
[1] La Historia de Jeú y su descendencia aparece en “El Libro de los Reyes”
[2] Yahvé. Dios.