Cuando los poetas hablan del otoño, cantan con tristeza, la lenta decrepitud de la vitalidad. La vida, ya cuajada, se abandona lentamente al oscuro camino de su desaparición. Las personas, tras recorrer su periplo vital, preparan, en silencio, temerosas de que los otros descubran su melancolía, el encuentro con la muerte. No comparto la visión de Aleixandre sobre el tiempo del otoño[1]. Por el contrario, creo que ésta, es la época más maravillosa de la existencia y en cualquier caso, prefiero el término, tránsito, que el de óbito para definir el final.
Soñar en el futuro
El otoño, en mi opinión, es tiempo de soñar en el futuro, de crear desde la madurez intelectual, lejos de las abruptas pasiones juveniles. El momento para permitir al sentimiento tranquilo, avivado por el placer del paladeo de las sensaciones que nos rodean, desarrollar nuevas ideas que ayuden a mejorar nuestro entorno mediante la aplicación de la experiencia surgida de los errores que cometimos en el pasado. No en vano, la siembra se realiza en otoño y sin ella y sus consecuencias, el ciclo de la vida quedaría gravemente limitado. De las semillas plantadas ahora, el maridaje entre el calor del sol y la tierra, harán surgir, en la próxima primavera, las amarillas espigas que se convertirán en el alimento por excelencia del ser humano.
Incluso, la simple caída de las hojas tiene un profundo significado en el ciclo vital de la tierra. Remedando al poeta, en cada hoja que cae se puede adivinar el peso leve de todo lo creado. Pero el otoño es mucho más. Arcimboldo, el artista que retrataba a las personas, mitad humanas, mitad vegetales, en uno de sus cuadros más conocidos, retrató al dios etrusco Vertumnus, como la personificación del otoño. Su cabeza, cubierta de racimos de uva, su cuerpo, vestido de duelas de barril. Tal vez, su taciturna mirada, exprese los esfuerzos que, el mitológico personaje, hubo de realizar para conquistar a su amada, Pomona, con quien, una vez salvada de la amenaza de los sátiros, compartió, según la leyenda, la paz de los siglos. Asimilados al cambio, una especie de tránsito hacia una situación diferente, Vertumnus y su pareja, Pomona, son los protectores de la vegetación y de los árboles frutales.
Para Ovidio, el amor y la guerra son sentimientos épicos. En Europa, el amor y el cambio se hallan unidos, desde tiempos pretéritos, al concepto del otoño. Por el contrario, en América, el otoño, “fall” en EEUU, es caída o como diría Storni: “Caen las hojas, viene el otoño, la muerte. Ya se agrisan los días y se agrisa la suerte”, símil o antesala del final de la vida. Parece que en esta interpretación, el ciclo vital se rompe, se establece un abismo entre la vida y la muerte. Una especie de camino del ser al no ser, olvidando que, de la semilla plantada volverá a surgir la vida. Y sin embargo, el otoño es la edad en la que conviven el pasado y el futuro. Una especie de puente entre lo vivido y lo soñado.
La uva
En otoño se recogen las almendras, las manzanas, las naranjas, los membrillos, los higos, las grosellas, los madroños, los arándanos, los pistachos, los hongos y sobre todo: la vid. Posiblemente, el alimento más importante del otoño es la uva, de la que nació el vino que emborrachó a Noé. El fruto mejor y peor valorado por los pueblos mediterráneos. Desde que comenzara su consumo cuenta con un lugar privilegiado en la Historia de la Humanidad y finalmente, acabará convirtiéndose en la sangre de Jesús, cuando en la última Cena, en la víspera de su inmolación, lo ofrezca, como sagrado alimento, a quienes comparten su Doctrina.
En los tiempos de cambio que nos ha tocado vivir la experiencia debiera ser, no sólo valorada, sino también utilizada en los nuevos modelos de convivencia que se desarrollen para afrontar el futuro. Esa experiencia, acumulada a lo largo de los años, que reposa en las personas que se encuentran en el otoño de sus vidas, debe ayudarnos a construir una Sociedad más humana, más justa, más sabia y más equitativa. Una Sociedad basada en la fraternidad y en los tradicionales valores de Europa, por cierto, los valores que se acuñaron sobre la doctrina de Jesús. Esos valores deben integrar los cimientos de las ideas que rijan nuestro futuro, porque, sólo, basándose en los errores del pasado, la Humanidad podrá seguir caminando hacia adelante.
[1] “Mano del poeta viejo”, Vicente Aleixandre. “El hueso casi asoma/ Se ve su piel, más fina que nunca, denunciarlo.