Vamos a explicarlo en sucesivos artículos, pero anticipo las pistas. Son éstas: Primera la oración, segunda el obrar y sufrir: y tercera, el juicio final, sí, eso del juicio final que es muy bonito. Ya lo veréis.
La oración ocupa los números 32 a 34 de la Carta sobre la esperanza. Fijaos qué hermoso: “cuando yo no puedo hablar con ninguno, cuando yo no puedo invocar a nadie; cuando ya nadie puede ayudarme… Siempre puedo hablar con Dios.”
Si estoy solo –como el famoso Cardenal vietnamita (Francois-Xavier Nguyen Van Thuan) que estuvo aislado en prisión, (aislado, porque en prisión estuvo 13 años) nada menos que nueve años– si estoy en extrema soledad, Él me puede ayudar.
El Cardenal escribió un librito “Oración de esperanza” ¡maravilloso. Haceos con Él que dejará huella en vuestra vida ese testimonio vivo de la fuerza creciente de la esperanza.
La oraciónes “un ejercicio del deseo”, según definición agustiniana.
Y lo razona así: “el hombre es creado para Dios; pero su corazón es demasiado pequeño y tiene que ser ensanchado. ¿Cómo? Pues muy fácil: Dios retardando su don, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma, y está ensanchada, se hace capaz del don”… Así de bonito.
Ya lo explica el santo: “Si Dios quiere llenar de miel tu corazón, que está lleno de vinagre ¿qué puede hacer? ¿dónde pone la miel?”
Primera operación: ensanchar el corazón y purificarlo, quitándole los restos del vinagre.
Pues eso es orar: ensanchar el corazón y, a la vez, purificarlo con esa plegaria humilde. Así es como soy libre: con este camino doloroso, sí, pero que me hace capaz de cumplir mi destino.
Y se apresura el Papa a decirlo: “liberarse del vinagre y su sabor, no es sólo hacerse libre para Dios, sino que es también un abrirse a los demás.”
Sólo como hijos podemos ir y rezar al Padre; pero como hijos, no desde mi privacidad individual. La oración me hace capaz para Dios y capaz para los demás.
Termino lo de la oración (núm. 32 – 34) con esta verdad: la esperanza es activa, porque lucha para que no acabe todo en un “final perverso” (que diría Kant): “la esperanza es activa porque mantengo el mundo abierto a Dios. Sólo así es la esperanza además, verdaderamente humana.”
Para el aprendizaje: actuar
Hay que decirlo de manera rotunda, clara, contundente y legítimamente orgullosa: “toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto”.
O sea, resolver esta dificultad, aquella “pega”: facilitar las cosas colaborando para que el mundo sea más humano; para que se abran las puertas del futuro… todo esto es esperanza.
Pero, claro, este esfuerzo de cada día por mejorar nuestra vida o la del prójimo, causa o, lo que es peor, se convierte en fanatismo. ¿Cómo lo evito? Pues con la luz de la esperanza más grande, que no se destruye por la frustración o el fracaso de lo pequeño o de lo grande.
Con otras palabras: si yo espero más de lo que es posible; si yo (y qué actual es ésto) espero sólo de lo que me prometen las autoridades políticas o económicas, estoy abocado a “perder la esperanza”, ¿o no?
Pues entonces también todavía puedo esperar, aunque en apariencia no sea así por el momento histórico que vivo.
Y es que a pesar de las frustraciones personales e históricas, yo sé que todo el conjunto está custodiado por el poder indestructible del Amor, o sea de Dios.
Y además sé otra cosa, muy importante, ya lo creo: todo tiene sentido, todo tiene importancia, así que ¡ánimo y a seguir trabajando!
Todo tiene un fundamento: saber que yo no puedo merecer el cielo por mi esfuerzo.
Saber que yo no merezco, sino que es un don. Pero esto no quiere decir que mi obrar sea indiferente a Dios.
Al contrario: nada mío es indiferente para Dios. Todo sirve para abrir el mundo a Dios a fin de que entren la verdad, el amor, el bien…
Tú y yo podemos luchar para librar al mundo y nuestras vidas, de contaminaciones que pueden destruir el presente y el futuro. Tú y yo podemos mantener limpias las fuentes de la creación y así hacer lo que es justo. Y esto tiene sentido, aunque parezca que somos importantes ante la superioridad de las fuerzas hostiles.
Así, de mi obrar brota esperanza para los demás, no sólo para mí. Así damos ánimo a los otros. Así mi actuar sirve de estímulo para alentar, en mi propia vida y en la de los otros, la alegre esperanza sobrenatural.