San Basilio Magno († 379) fue uno de los Padres que más atendió a los problemas de su tiempo, tanto en su predicación y en su obra escrita como en su acción. Algunas homilías como Destruam horrea mea, la pronunciada Contra los ricos, la predicada En tiempo de hambre y de sequía o la dedicada Contra los usureros, muestran un fuerte contenido social, incluso con dureza. En la primera afirma que “el deber del rico es ser administrador de los bienes en favor de los que carecen de ellos; no se llevará nada consigo cuando muera”. En la cuarta mueve a no gravar con réditos el dinero prestado. En otra ocasión recuerda que “el hombre es animal civil y sociable” y que Jesucristo “nos invita al espíritu de comunicación, al amor mutuo y a lo propio de nuestra naturaleza”, por lo que el santo obispo propone la creación de una especie de almacén en el que se distribuya lo necesario (Comentarios sobre los Salmos, Salmo XIV, I, 6).
San Juan Crisóstomo († 407) fustigó los males sociales y la insensibilidad de muchos ricos, por lo que cosechó tanto la conversión de algunos como las iras de otros. En una homilía en torno al pobre Lázaro, asevera: “el no dar a los pobres de los propios bienes es cometer con ellos una rapiña y atentar a su propia vida. Recordad que no tenemos lo nuestro, sino lo de ellos”, así que cuando se reparta con ellos, en realidad se estará alimentando a Cristo y se harán méritos para la vida eterna.
San Ambrosio de Milán († 397) refleja la influencia de San Basilio en varios pasajes de contenido social. En el libro De Nabuthae Jezrealita lanza fuertes invectivas contra los ricos duros de corazón y afirma: “La misericordia se siembra en la tierra y germina en el cielo […] No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común y ha sido dado para el uso de todos, lo usurpas tú solo. La tierra es de todos, no sólo de los ricos.” También señala que “la posesión debe ser del poseedor, no el poseedor de la posesión”, con lo cual se refiere a la esclavitud moral que los ricos pueden padecer con respecto a sus riquezas cuando viven para ellas y no para repartirlas y beneficiar a los demás. En el comentario al Libro de Tobías critica la usura y exhorta a dar el dinero sin interés e incluso sin intención de recuperarlo, a la vez que establece la estrecha vinculación existente entre la justicia y la misericordia y define unos derechos del trabajador: “Paga al obrero su salario, no le defraudes en el jornal debido por su trabajo, pues tú también eres asalariado de Cristo, quien te ha dado trabajo en su viña y te tiene preparado el salario en los cielos. No causes perjuicio, pues, al siervo que trabaja en verdad, ni al jornalero que consume su vida en el trabajo; no desprecies al pobre que se gana la vida con su trabajo y se sustenta con su salario. Pues es un homicidio negar a un hombre el salario que es necesario para su vida.”
También advierte la relación de la misericordia y la justicia en otras obras, como en las Enarraciones sobre los Salmos, Sobre los deberes de los ministros y el Discurso a la muerte de Teodosio: “La misericordia es parte de la justicia” y “Dios dispuso que esta tierra fuese posesión común de todos los hombres y suministrase frutos para todos ellos”, así que es justo repartir con los pobres (comentario al salmo 118, sermón VIII, 22). En la segunda obra citada afirma que la justicia “da a cada uno lo suyo, no se apropia de lo ajeno y descuida su propia utilidad para conservar la igualdad común”, y “la razón o fundamento de la sociedad es doble: la justicia y la beneficencia.” Asimismo asevera que debemos todos auxiliarnos mutuamente, cada uno con lo que tiene y puede (afecto, trabajo, dinero, obras o de cualquier otro modo) (lib. I, caps. 2 y 28).
El papa San León Magno († 461), en su Sermón IX, II, resalta la dignidad del hombre y exhorta así: “Compadézcanse de los pobres los que quieran que Cristo les perdone […]. No tenga en poca estima el hombre al hombre, ni despreciemos la naturaleza que el Creador del mundo hizo suya”. Y en el Sermón X, I, indica que de Dios se reciben las riquezas espirituales y las temporales y que estos bienes “nos han sido encomendados más para distribuirlos que para poseerlos. Por tanto, debemos usar de los dones de Dios justa y prudentemente.”