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Pintor consumado

Ha desplegado sobre la robusta mesa un verdadero mantel de papeles, sobre los que ensaya formas y mezclas de colores. Enjuaga el pincel en un rústico plato hondo de cerámica, en cuyo borde deja restos de tinta azul y alguna que otra pincelada acaba en su babero. Al lado, en un bote vacío de nutrientes de Tapioca de la parisina casa Boudier, papillas y purés que todavía toma, guarda sus tesoros: un  buen ramillete de lápices y pinceles.

Alrededor, sus hermanos, descubren admirados las cualidades y determinación del pequeño. Contagiada, una de ellas toma en sus manos un lápiz y le acompaña pintando.

La tapicería de la pared, la lámpara de bronce que pende del techo, la mesa de madera labrada, los mismos vestidos de los niños, con encajes y lazos de seda, transmiten una atmósfera entrañable de distinción y seriedad propia a desarrollar la personalidad de estos niños.

 La verdadera alegría de la vida en familia, la bondad interior que nace de la inocencia y del buen gusto, son características de una época en la que las relaciones familiares se basaban en la comprensión del otro, en el reconocimiento de su dignidad y en la admiración de sus cualidades individuales.

V I D A

Jan Verhas, pintor belga de género, se destacó precisamente por trasmitir con -realismo detallado y estilo académico, valiéndose de líneas y colores puros- este ambiente apacible que impregnaba la vida familiar.