Como un día más de aquel recién iniciado 1947, Juma y sus primos Muhammad al-Dhib y Khalil Musa, pastores beduinos de la tribu Taamireh, se encontraban cuidando de sus rebaños en los barrancos del desierto de Qumrán, a veinte kilómetros de Jerusalén, sobre el mar Muerto. De repente se percataron de cómo alguna de sus cabras estaba subiendo demasiado alto en los acantilados. Juma decidió acudir en su rescate y encontró que una de ellas había entrado en una de las muchas cuevas allí existentes. Con el fin de que saliera de la cavidad decidió tirar piedras y de repente sonó: “¡cloc!”. Movido por la curiosidad, al día siguiente regresó junto con sus primos y he aquí que descubrieron dos vasijas que contenían siete manuscritos. Ante el desconocimiento que tenían y el desprecio que mostraron sus compañeros de tribu, decidieron venderlos (troceados, para aumentar su precio) a dos anticuarios de Belén. Posteriormente, cuatro de estos rollos fueron revendidos al archimandrita del monasterio sirio- ortodoxo de San Marcos en Jerusalén,
Mar Samuel. Los tres siguientes terminaron en manos del profesor de la Universidad Hebrea, Eleazar Sukenik, quien se dio cuenta de su auténtico valor. Tras el anuncio de este hallazgo una especie de fiebre codiciosa parece que inundó muchas mentes, pues varias universidades enviaron compradores a los traficantes y estos movilizaron a los beduinos para rastrear todas las cuevas y pozos de la zona. A estas campañas particulares,
sucedieron expediciones arqueológicas oficiales. El resultado final fue el hallazgo de 11 cuevas, 600 pergaminos y cientos de fragmentos más. Lo más relevante de todo ello es la antigüedad de los manuscritos, que en su mayoría datan de entre los años 250 a. C. y 66 d. C.
Comunidad de esenios
La mayoría de ellos estaban redactados en hebreo, aunque también encontramos algunos en arameo y griego, y son fundamentalmente textos bíblicos, del Antiguo Testamento, aunque también encontramos otros textos religiosos de diverso signo, como reglas morales y legales. Se cree que nacieron en medio de una comunidad de esenios. Estos eran una secta de hombres célibes que ponían en común todos sus bienes, participaban en comidas comunitarias, y se hallaban sometidos a una disciplina muy estricta. Se llamaban a sí mismos “Los Hijos de la Luz” y se habían retirado a vivir en el desierto para purificarse, confiando volver a Jerusalén al final de los tiempos. En proximidades a las cuevas donde se encontraron los manuscritos diversas campañas arqueológicas han descubierto ruinas de un asentamiento humano dotado de bodegas, acueductos, baños rituales e incluso un scriptorium. Todo parece indicar que allí vivirían los esenios. Ahora bien, ¿por qué depositaron los rollos en las cuevas? Probablemente fue una medida de ocultamiento para salvarlos del ejército romano, que se encontraba en Judea intentando acabar con la revuelta judía de los años 66 a 70 d.C.
Quienes quieran que hayan sido los hombres de Qumrán, sus escritos son sumamente importantes, ya que si comparamos el texto bíblico oficial que se manejaba en el momento del descubrimiento, con el que aparece en los manuscritos vamos a poder comprobar cómo el proceso de transmisión a lo largo de todos estos siglos ha sido bastante fiel. Junto a ello, tenemos que decir que los textos no bíblicos allí encontramos nos proporcionan mucha información útil (leyes, costumbres, conflictos, etc.) para conocer el contexto judío en el que surgieron e incluso para entender la situación histórica de los orígenes del cristianismo.
Descubren en 2017 una nueva cueva: la nº12
Qumrán no ha cesado de sorprendernos. En 2017 se halló una nueva cueva, que hace el nº 12, si bien sólo había vasijas y no manuscritos, lo que parece indicar que fue saqueada con anterioridad. Y en 2021 en las proximidades del Mar Muerto, en la conocida como “Cueva del Horror” fueron encontrados docenas de nuevos fragmentos fechados en el siglo II d.C. En la actualidad, se pueden observar expuestos gran parte de estos manuscritos en el Santuario del Libro del Museo de Israel.