En el Otoño de 1230, cumplida la misión que la Orden le había encomendado ante la Curia Papal, San Antonio regresó a Padua donde, libre de la responsabilidad de cuidar de sus hermanos, podía dedicarse plenamente a la predicación itinerante y a la preparación de sus sermones escritos.
Accediendo a los ruegos del Cardenal Reinaldo de Segni, que más tarde sería el Papa Alejandro IV, San Antonio de Padua consagró el invierno de 1230-31 a la redacción de sus Sermones festivos, sermones para las fiestas del año litúrgico; sin embargo, al acercarse la Cuaresma, interrumpió este trabajo para dedicarse a la predicación.
Del 5 de Febrero al 23 de Marzo de 1231, San Antonio predica la Cuaresma en Padua, con un sermón diario, lo que constituía una práctica desconocida hasta entonces, con catequesis y horas dedicadas a oír confesiones; tan admirable misión cuaresmal agotó las fuerzas del Santo y minó su salud, pero produjo muy abundantes frutos evangélicos.
El 17 de Marzo de 1231, Lunes Santo, San Antonio, que estaba terminando la predicación de aquella gran Cuaresma, se presentó al Podestà de Padua y a su Consejo, para pedirles que se cambiaran los estatutos comunales en vigor, según los cuales el deudor que no pagaba, permanecía encarcelado hasta que sus familiares u otros pagaran su deuda, lo que, para los más pobres, podía significar como una condena a cadena perpetua, ya que les era imposible restituir la deuda. El prestigio del Santo y sus razonamientos hicieron que la autoridad competente cambiara aquellos estatutos.