La mejor forma de conocer algo es comenzar por su denominación. En la actualidad, cuando los padres tienen que escoger un nombre para una nueva vida que llega a nuestras familias, suelen guiarse de diversos factores: tradición familiar, una persona admirada, o quizá modas impuestas por la televisión o el mundo del espectáculo. Sin embargo, no siempre fue así. En muchas culturas antiguas -entre ellas la hebrea- los nombres tenían un significado. Así ocurre con el término Biblia, que procedente de la palabra griega βιβλίον (biblíon), y significa rollo, papiro o libro. Este sustantivo procede de una antigua ciudad de la costa mediterránea que los fenicios llamaron Biblos, y que destacó por la producción y exportación de papiros.
El término, tal y como nos ha llegado a nosotros, τὰ βιβλία, está en plural y ha de traducirse por «los libros». Pero, ¿a qué se debe esto si la Biblia es solamente un libro? Efectivamente, en nuestros hogares solemos tener un libro que lleva por título «Biblia», sin embargo, dentro del mismo existe una colección (una biblioteca) de más de 70 libros. El número total variará en función de si tomamos como referencia la versión católica, la protestante o la judía.
La Biblia también es conocida como Sagrada Escritura. En términos generales describimos como «sagrado» aquello que tiene que ver con Dios. En este caso unos escritos en los que se encuentra plasmada la fe de muchas generaciones de creyentes. Podemos decir por lo tanto que en sus páginas se encuentra narrada la «Historia Sagrada» del Pueblo de Dios, es decir, los continuos esfuerzos que Dios ha hecho a lo largo de la historia para salvar a Israel.
El objetivo de la Biblia es poner ante el creyente las diversas experiencias de encuentro con Dios que tuvieron nuestros antepasados. Naturalmente, estos testimonios están condicionados por diferentes circunstancias (culturales, sociales, políticas…). Por este motivo, la Biblia no ha de considerarse como una «guía Michelín» donde busquemos soluciones a nuestros problemas, sino como el medio en el que Dios mismo, a través de su palabra, ilumina nuestra vida.
Para los cristianos la Sagrada Escritura reviste una importancia crucial. Ella contiene la Palabra de Dios revelada y por eso se le ha de venerar grandemente. Sin embargo, el cristianismo no es una religión de libro (como el judaísmo o el islam) en cuanto que lo importante no es tanto el libro cuanto la persona de Cristo vivo que nos acompaña en el camino hacia el cielo. La Palabra siempre superará a la palabra. Benedicto XVI decía en este sentido: «El cristianismo es la ‘religión de la Palabra de Dios’, no de ‘una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo’» (VD 7).