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¿Qué perdemos cuando dejamos de comer en familia?

El almuerzo es la comida principal del día. Los padres se esfuerzan para que el “menú” sea sabroso, variado, bien presentado y nutritivo. La familia se reúne en torno a la mesa todos los días. Es un momento en el que el relacionamiento y la conversación modela el espíritu de familia. Y esto es tan importante, o más, que los propios alimentos.

Y es que el “carácter nutritivo de la mesa no se limita solo a la calidad de los alimentos, sino a la construcción de vínculos, modos de relación, conversaciones. Cocinar, distribuir los cubiertos, acercar el agua, servir la comida, son interacciones que requieren una labor

de equipo que, sin duda, excede el hecho de alimentarse”. Así lo explica Denise Beckford*, psicóloga especializada en niños y adolescentes, con perspectiva familiar.

Hace algunos años, después de casi dos décadas de investigación, el Centro Nacional de Adicción y Abuso de Drogas de la Universidad de Columbia (actualmente Centro de Adicciones) concluyó que se puede evitar el riesgo de narcodependencia aumentando

el número de veces que la familia come unida.

El documento se titula “La importancia de las comidas familiares” y en él se constata que los adolescentes que comparten menos de tres comidas en familia por semana son dos veces más propensos al consumo de alcohol; dos veces y media más propensos al de marihuana y cuatro veces más al de tabaco y/o alguna droga pesada en el futuro.

El famoso Padre Peyton lanzó en 1948 una campaña mundial llamada Cruzada de Oración, acuñando el famoso lema “la familia que reza unida permanece unida", con el que promovía el Rosario en el hogar. No es lo mismo, pero podría decirse algo parecido con la familia que almuerza en conjunto. Más aún si conserva la costumbre de bendecir la mesa. Eso, además, da otra solemnidad al encuentro y fortalece el espíritu de familia.

Móviles en la mesa

El ritual de comer en la mesa se ha diluido con el tiempo. En muchos casos, padres trabajan todo el día, se llevan tarteras a la oficina y llegan cansados a sus casas; los chicos almuerzan en el colegio o lo hacen rápido en casa, según llegan. Cuando llega el fin de semana y, por fin, se reúnen todos, el teléfono móvil en la mesa –o la televisión– roba la atención de sus miradas.

Asimismo, las comidas rápidas encargadas fuera, traídas por mensajeros en moto, hace que se olviden las formas y se acorten los tiempos de encuentro.

No hace mucho le escuché a una madre de familia lamentarse de que sus hijos no estaban acostumbrados a sentarse y conversar, porque comían solos mientras veían algún video. Estaba empeñada, ahora, en ir apartando la tecnología en las horas de comida para dar lugar al diálogo. Además, como se habían acostumbrado a comer cada uno por su lado  tenía cuatro hijos– unos en el colegio, otros con los abuelos, porque tanto ella como su marido trabajaban, son abogados, habían adquirido hábitos alimenticios diferentes: a uno no le gustaba la ensalada, al otro el pescado, el otro sólo quería pizzas y hamburguesas… a casi ninguno la fruta.

Fortalece las relaciones

Comer en familia fortalece las relaciones entre padres e hijos alejándolos de los riesgos de contraer adicciones. Lo puso de manifiesto recientemente la Sociedad Académica de Pediatría en su anual congreso internacional, al concluir que los niños que comparten la mesa con sus padres son mejores en su desempeño académico, muestran un buen equilibrio emocional y son menos propensos al bullying o acoso escolar.

La convivencia en la mesa es tan insustituible que en una situación normal no hay nada que pueda suspenderla: ni la lluvia, ni un acontecimiento político o deportivo.

Es un momento de comunicación, para hablar de emociones y proyectos familiares. Cada uno comparte lo que ha vivido, expresa lo que tiene en el alma y lo comenta con los demás miembros de la familia generando una unidad que llega a lo más profundo del espíritu. El

contacto entre las almas no puede ser alterado por equipos digitales que suenan a cada rato. También, es la ocasión ideal para enseñar buenos modales, cómo se pone la mesa, cómo se usan los cubiertos, y que los hijos puedan adquirirlos con naturalidad.

* Denise Beckford tiene su consulta en Buenos

Aires e imparte clases de Psicología en el colegio San

Patricio