En un mundo como el nuestro, dominado por la injusticia social, por la presunción, el mundo de los intereses, enfrentamientos, discordias, abusos de poder, engaños, violencia, pobreza… son noticias diarias donde la droga, el amor libre, el alcohol… se convirtieron en un medio fácil de evasión. En el que el poder y el dinero potencian y enfurecen el orgullo humano…, en este mundo parece que la pobre barca de la Iglesia de Jesús -el Reino de la libertad, del amor, de la justicia, de la verdad, de la verdad y de los pobres- deba hundirse inevitablemente, a causa del descrédito de los valores espirituales y auténticamente humanos.
No es tanto la embarcación amenazada de hundimiento cuanto lo que representa: la comunidad de los seguidores de Jesús cercada por las fuerzas del mal. La tempestad y las olas embravecidas ponen en peligro la embarcación. “Jesús se ha dormido”. El sueño simboliza su ausencia, indica que los discípulos no son conscientes de su presencia hasta el momento del peligro. Pueda ser que nosotros nos encontremos con muchos momentos en que no sentimos la presencia de Jesús que parece ausente, dormido. La soledad de saber que nadie puede ayudarnos a superar la tormenta, que nadie, atravesará por mí los momentos únicos de cada uno. Los demás nos acompañan, están más o menos cerca, nos sirven de ayuda o de carga, pero la tormenta es personal, siempre es personal. La sufre cada uno y cada uno recibe la ayuda para salir de ella según su capacidad de pedirla, según la manera como uno se atreva a despertar al Señor. En el peligro acudimos al Señor. Porque nos parece que Dios duerme en nuestra vida. Los discípulos le despiertan: “¡Señor, sálvanos que nos hundimos!” Es una llamada de desesperación, pero también de confianza. Un grito muy cristiano, porque expresa una honda confianza en que Jesús es capaz de acallar la “tempestad”. -Las dificultades del tipo que sean- y salvar “La barca”.
Es el grito de los pobres, de los que saben que solos no podrán vivir jamás una vida auténtica.
No podemos eximirnos de responder a la pregunta de fondo que subyace en todo el evangelio de Marcos; “¿Pero quién es éste?”.
Ese Dios a quien agredimos con nuestras preguntas, nuestros interrogantes, nuestros actos de acusación, nuestras protestas y quejas, nos bloquea con una pregunta prejudicial ¿Quién soy yo para ti?
Ese Dios a quien pedimos cuentas por los silencios, los retrasos, las ausencias injustificadas, responde pidiéndonos cuentas de nuestra fe.
Esto supone un esfuerzo de confianza, una búsqueda de valores que, como los de Jesús, son más fuertes y valiosos que los nuestros, son los únicos que podemos absolutizar.
Hoy debemos tener conocimientos existenciales, experiencias de fe, como la que tuvieron los apóstoles en la barca.
Este acontecimiento del lago, ha sido una experiencia vivida por unos hombres de mar en medio de los cuales se encontraba Jesús, que atemorizados por una tempestad habían llegado al convencimiento de que habían salido con vida del trance por él.
El suceso les llevó al desprendimiento de la confianza en sus propias fuerzas, porque experimentaron lo que significa el seguimiento de Jesús: Él está en la barca y en el centro; Él sólo basta; puede suceder en torno a Él lo que sea…, el triunfo final siempre será suyo.
Jesús es capaz de asegurarnos la superación del mal, de las propias limitaciones, del pecado y de la muerte.