La idea nació como contraposición a lo que se definía como uno de los grandes defectos de Estado del Antiguo Régimen, la unión entre Estado y Religión. Para defender la tesis se afirmaba que la religión es un sentimiento interno de las personas.
En aquellos momentos el marxismo se estaba convirtiendo en religión. Era algo así como el bálsamo de Fierabras, servía para resolver todos los problemas que acuciaban a la Sociedad de la Revolución Industrial.
El Sindicalismo emergió como estructura de defensa de los derechos de los trabajadores ante, lo que se definía, como opresivo capitalismo.
Las instituciones gremiales, emergidas de la Edad Media, habían perdido su funcionalidad en los estados liberales. Turgot, ministro francés de Hacienda y buen economista, decía en 1787:”Dios, dando al hombre necesidades y haciendo que le fuese indispensable trabajar, dio a todos el derecho de trabajo, primera, sagrada e imprescindible propiedad.” Como consecuencia, se procedía a abolir los gremios, limitativos de ese derecho primario de las personas.
Como sustituto de las antiguas asociaciones y regulador de los mercados aparece el Estado, en toda su dimensión, haciendo gala de su fuerza soberana. El ejercicio de ese derecho no se puede ejercer a cualquier precio y en todas situaciones.
Las leyes comienzan a regular el derecho del trabajo. El Socialismo primitivo capitaliza la defensa de los trabajadores. El internacionalismo se impone desde la visión marxista.
En Europa, pasadas las revoluciones de 1848, se desarrollan en paralelo: el capitalismo, la industrialización y el sindicalismo. Unas variables se ligan a otras y la vida en Occidente se hace inter-dependiente. Las finanzas, el comercio, la industria y la creación de riqueza comienzan a marchar de la mano.
En ese momento, el marxismo se erige en Europa como un movimiento arrollador, es como si Dios sobrara del mundo.
Ante tan desconcertante situación surge el cardenal Ketteler, contemporáneo de Marx. Sin temor, aborda la cuestión afirmando que fue Jesucristo quien, reconociendo como hermanos a los seres humanos, nos hizo iguales los unos a los otros. Nos otorgó nuestro orgullo de pertenencia, hizo que nos sintiéramos sujetos de derechos.
Ante la frase de Proudhon que afirmaba:” La Propiedad es un robo”, Ketteler explicó la función social de la Propiedad.
En ese momento y luego, más tarde, cuando el Papa León XIII publicara la encíclica, Rerum Novarum, ambos hacían política. Porque el arte de la política tiene mucho de ética y moral y ambas disciplinas no son unívocas. A veces la discusión es necesaria para conocer la verdadera dimensión de las cosas.
Hace tiempo leí, que un personaje que se manifestó ateo; hizo figurar a Ramiro y a su hermano Gustavo Maeztu, como testigos en su declaración de ateísmo; Tomás Meabe, entró en una pequeña pequeña ermita rural y al ver una imagen de Jesucristo en la cruz, exclamó: ”Éste es de los míos, es pobre y está desnudo.” A partir de ese momento, siempre especificaba que él estaba contra los curas de las iglesias grandes.
Hoy en día muchas de las discusiones que en aquel momento estaban de moda se han recuperado y es muy frecuente escuchar que tal o cual sacerdote no está cualificado para hablar de política en un estado laico.
En un Estado laico, el sacerdote también es un ciudadano y como tal, nadie puede restringirle sus derechos.
Los Evangelios son tratados de fe, pero también de ética, cualquier creyente tendrá derecho a argumentar desde su ética y defender sus principios. Estará, cuando menos, tan legitimado como cualquier otro ciudadano a manifestar socialmente su opinión.
Es en el Estado laico en el que es preciso recuperar el valor de la polémica pausada para argumentar en defensa de los postulados éticos de cada persona.
En 1864, el cardenal Ketteler publicaba:”La cuestión obrera y el Cristianismo” y ese mismo año, en el Congreso de Malinas” Se planteaban una serie de reivindicaciones desde el punto de vista de la ética cristiana.
- Fijar por ley la edad mínima para incorporarse al trabajo.
- Que se prohibiera a las mujeres trabajar en las fábricas y en lugares subterráneos.
- Que se fijara la jornada máxima legal en 12 horas diarias.
-Que se reglamentara la higiene en los talleres.
Desde nuestro punto de vista actual las peticiones pueden parecer ridículas, pero en esos momentos la situación de los trabajadores no tenía nada que ver con la situación legal actual. Precisamente, a lograrla, contribuyeron las charlas del famoso obispo de Maguncia.
Tal vez sea, en los tiempos actuales, el momento de recuperar la moral cristiana, base de los valores de Occidente.