Las personas somos criaturas de hábitos: nos gusta conceder al fin de semana la importancia que aparenta tener, reservando para los viernes, sábados y domingos los momentos de celebración, de descanso y de ocio. Nos gusta sentarnos a la mesa a una determinada hora e iniciar la comida con el primer plato, seguida del segundo y el postre. Preferimos ducharnos antes de acostarnos por las noches, o antes de salir al trabajo por las mañanas, y optamos por adoptar las mismas posturas cuando conducimos o cuando nos vamos a la cama.
Por supuesto, lo mencionado hasta ahora no va reñido con otro instinto bien arraigado en nuestro interior: el de salirse de lo ordinario alguna que otra vez. Es decir, paradójicamente, a la vez que esperamos cumplir con un cierto orden previsto y calculado, a la vez, nos gusta también romper de vez en cuando el curso de las cosas que nos hemos acostumbrado a seguir día tras día. Por eso anhelamos con tantas ganas las vacaciones, tal o cual viaje o nuestro festejo de cumpleaños.
He comprobado que en muchos de los mensajes de los últimos tres Papas -sobre cuyos textos he vuelto la mirada de un tiempo a esta parte- se menciona con frecuencia la expresión “renovación”. Ésta se refiere, etimológicamente hablando, a ratificar o a revisar. ¿Y qué es lo que debemos revisar? Nuestra fe y, sobre todo, nuestro modo de plasmar dicha fe en nuestro día a día. “Obras son amores”, proclama el dicho popular, y no le falta razón.
Hace poco, en un viaje a Colombia, el Papa Francisco insistió en este punto: “Ahora también la Iglesia es zarandeada por el Espíritu (Santo) para que deje sus comodidades y sus apegos. La renovación no nos debe dar miedo”, explicaba en Medellín. Nuestra tendencia al conformismo es fuerte y constante. No cesa. Cuesta dejar la zona de confort, salir a buscar almas, abandonar el anonimato para proclamar a los cuatro vientos -desde el respeto, claro está- el mensaje todavía revolucionario de Jesucristo.
Cuando nos despertamos por las mañanas, cuando nos desempeñamos en el trabajo y con los compañeros, cuando peleamos un punto mientras jugamos el partido de baloncesto semanal, cuando acudimos al cine, cuando nos tomamos unas cervezas rodeados de amigos, cuando pasamos la tarde dominical en un parque… en cada uno de esos ratos, Dios nos invita a revisar nuestro modo de amarle, a veces directamente y otras amando al prójimo.
Asimismo, Cristo nos llama a tenerle presente en el modo en que evangelizamos. A nuestra manera, siempre particular, cada uno de nosotros necesitamos renovarnos continuamente, levantarnos tras la caída y sacar pecho al grito de “soy cristiano”. Sin desfallecer y sin perder la esperanza. San Pedro podía haberse rendido después de negar tres veces al Maestro que había seguido durante tantos meses, y sin embargo se decidió a pedir ayuda y a librar la batalla nuevamente, como si fuera la primera.