¿Cómo hacer entonces para introducir la prudencia en nuestros comportamientos? Antes que nada, tenemos que tener bien claro que la prudencia es “el arte de gobernar nuestra propia vida”. Para nosotros los católicos es una virtud y un consejo del Señor: “ser prudentes como serpientes”, aunque nos repugnen estos animales. Esto supone actuar en todos los ámbitos con discernimiento, como suele decir nuestro Papa Francisco. Reflexión, tranquilidad, medir en cada ocasión “el metro del bien moral”, como diría San Juan Pablo II. No es poca cosa la prudencia. Puede tener consecuencias maravillosas, inesperadas, que se manifestarán quizás mucho más tarde en los demás. Se adorna de caridad, perdón, discreción. En cambio, cuando empezamos a hacer ciertos comentarios, no sabemos nunca la auténtica verdad sobre los demás, pertenecen a un ámbito privado y sagrado. Entonces, podemos hacer un daño irreparable. “Tres cosas no vuelven nunca atrás: la flecha lanzada, la oportunidad perdida y la palabra enunciada”.
Pidamos consejos
Cuando tenemos dudas en algunos comportamientos que atañen a algunos asuntos delicados, no tengamos reparos en pedir consejos. Las personas buenas y de buena formación dan buenos consejos porque viven en “la órbita de Dios”. La gracia de Dios y el Espíritu Santo siempre actúan. Pueden tratarse de temas muy graves, nos hace falta entonces una gran sinceridad, humildad “a chorros”, confianza grande. Disponemos de una sola vida en la tierra que nos debe llevar al Cielo. Merece mil veces la pena luchar para vivir con prudencia.
Otro aspecto a tener en cuenta es saber frenar nuestra curiosidad, se entiende la curiosidad malsana, indiscreta. No favorece en nada nuestra dignidad, no nos aporta nada, en todo caso desilusión. En cambio sí que nos tienen que interesar los problemas de la gente, pero con cierta medida. Con la medida del corazón, de la empatía, de la verdadera generosidad.
En el seno de la familia al completo, las situaciones pueden ser muy diversas y complicadas. Actuar con prudencia será de la mayor importancia, porque protege el buen ambiente y la familia es la base columnar de la sociedad. Los orientales dicen que conviene que cada uno guarde en su alma “un pequeño jardín interior”. Como una parcela secreta de serenidad. No siempre será fácil, pero contamos con la ayuda del Señor, que nos da siempre su mano para caminar. “Sin mí, no podéis hacer nada”.