Los guardias de la ciudad les interrogaron sobre el motivo de su viaje, nuestros mártires respondieron sin rodeos que habían ido a visitar a los cristianos.
Fueron conducidos ante el gobernador, quien los mandó azotar y desgarrarles las carnes con los garfios de hierro, para ser arrojados después a las fieras.
Dos días más tarde, durante las fiestas de la diosa Fortuna, Adrián fue decapitado tras ser atacado por un león. Eubolo corrió la misma suerte, uno o dos días después. El juez le había prometido la libertad a este último, con tal de que sacrificara a los ídolos, pero el santo prefirió la muerte.