Al morir sus padres, le dejaron una copiosa herencia, que al entrar un día en la iglesia y oír al sacerdote que decía: “Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres”, y posteriormente: “No os agobiéis por el mañana”, le decían, le invitaron a ceder sus bienes a los convecinos para retirarse al desierto y llevar una vida de austeridad y penitencia.
Conoció a muchos fieles seguidores con quienes se reunía para celebrar los divinos oficios. En una ocasión se desplazó para conocer a Pablo, el ermitaño. A San Antonio se le atribuyen muchos milagros, aunque él los eludía, parecía que no deseaba reconocerlos. No solamente conseguía los milagros para los
hombres, sino que se los otorgaba también a los animales. Murió el 17 de enero del año 356, a la edad de 105 años