En su deseo de entrar al servicio del mayor rey que existiera, terminó dando con alguien que decía ser el diablo, todo poderoso. Pero al poco se dio cuenta de que tenía miedo de la Cruz de Cristo. Así pues le abandonó en busca de Cristo. Pero ¿dónde encontrarle? Un ermitaño al que terminó preguntando le instruyó en la fe cristiana y le sugirió que, a causa de su tamaño y fuerza, podría servir a Cristo ayudando a la gente a cruzar un peligroso río donde con frecuencia muchos perecían.
Un día cruzó la corriente cargado con un niño. A mitad del trayecto su peso se hacía insoportable y sólo a costa de enormes esfuerzos consiguió llegar a la orilla y entonces le preguntó: ¿Quién eres, niño, Tú, que me pesabas tanto, parecía que transportaba el mundo entero? Tienes razón, le dijo el Niño. Peso más que el mundo entero, pues soy el creador del Mundo. Yo soy Cristo. Me buscabas y me has encontrado. Desde ahora te llamarás Cristóforo, “Cristóbal”, el portador de Cristo. A cualquiera que ayudes a pasar el río, me ayudas a mí. Cristóbal fue bautizado en Antioquía. Se dirigió a predicar a Licia y a Samos. Allí fue encarcelado por el rey Dagón, que estaba a las órdenes del emperador Decio. Cristóbal fue torturado y degollado. Según Gualterio de Espira, la nación Siria y Dagón se convirtieron a Cristo. Su efigie decora catedrales como la de Toledo. Es el patrono de los transportadores y automovilistas.