Pido perdón al escritor alemán, Simmel, para apropiarme, aunque sólo sea por un momento, de uno de los títulos de sus noveles que hace mucho tiempo cautivaron mi espíritu y me ensañaron a creer en el ser humano.

El otoño da sus últimas bocadas, el rojo va desapareciendo de los árboles. Sopla el viento sur y hace calor para lo avanzado de la estación. Ensimismado en mis pensamientos, camino, sin rumbo fijo, bajo un cielo esquivo, en el que las nubes y los claros parecen competir en eterna carrera. En mi peregrinaje me cruzo con personas que, inconscientes, aguardan el dictamen del tiempo. Observo a un niño que intenta arrancar la última flor que sobrevive en un parterre. Para mí, la flor es el último recuerdo vivo de un otoño, que ha pasado demasiado deprisa; para él, un detalle insignificante del paisaje, algo que  desequilibra el entorno.

A día de hoy, el virus ha causado más de cuatro mil muertos. Se trata de una de esas indefinidas enfermedades tropicales que, de vez en cuando, regresan a la actualidad. Si la enfermedad no hubiera llamado a nuestra puerta la noticia no dejaría de ser una lejana sombra, un elemento exótico, que reduce nuestra movilidad por determinadas zonas del planeta. En esta ocasión, por la zona de África Occidental.

Ha pasado el verano. Los grandes calores se han perdido en el horizonte del tiempo. El viento sur desnuda los árboles. Los parques aparecen cubiertos de hojas, cada una, encierra uno de nuestros recuerdos, entre todas, narran nuestra pequeña historia. Parece como si nada hubiera cambiado, como si la naturaleza pretendiera repetir los acontecimientos que tuvieron lugar el año pasado por estas fechas.

“Le entregaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, halló el lugar en que está escrito:

El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ungió; me ha enviado a evangelizar a los pobres, a pregonar a los cautivos la liberación, y a los ciegos el don de la vista; a poner en libertad a los oprimidos, a promulgar un año de gracia de parte del Señor.” Lucas 4, 17y ss.

Con frecuencia hablamos de la necesidad de recuperar nuestros viejos valores, los que ayudaron a construir una Sociedad que considerábamos más justa, digna y armoniosa que la que, actualmente, nos ha tocado vivir. Recordar no es malo, pero volver atrás tiene sus inconvenientes. Se me puede argumentar que la sed de novedades, en determinados casos, puede resultar peligrosa. Afirmo, sin embargo, que la búsqueda de alternativas novedosas, acordes con nuestros principios, es imprescindible para el avance de la Humanidad. Quizás el secreto esté en buscar aquellas ideas que, en el pasado consideramos afortunadas y combinarlas con las interesantes novedades que nos ofrece el futuro.

Hace unos días leía en la prensa una noticia que me pareció espeluznante: Doscientas jóvenes africanas, raptadas por una banda de musulmanes, eran obligadas a abandonar su religión cristiana  y a convertirse al islam antes de ser vendidas como esclavas sexuales.