Don Fernando Martíns cambió su nombre de bautismo por el de Fray Antonio, el rico y famoso monasterio de Santa Cruz por la pobre y humilde ermita de San Antonio de los Olivares, la vida sedentaria de un canónigo por la vida errante de un fraile mendicante y misionero.

Todo el mundo conoce el nombre del taumaturgo portugués San Antonio de Lisboa. Ya no tantos los que conocen los pasos de su vida. Raros son los que han reparado alguna vez en las excepcionales dotes de inteligencia de nuestro Doctor de la Iglesia.

El nacimiento de Jesucristo fue como el olor de un campo lleno de flores, porque guardó ilesa la flor de la materna virginidad, cuando de ella procedió.

La familia es la primera sociedad. De ella se forman las otras sociedades. De aquí resulta que, santificada la familia, todas las otras vidas sociales quedan regeneradas.

En la familia entran tres factores capitales: un enlace según Dios, la abnegación en los consortes, y la buena educación de los hijos. Con estas tres cosas se consiguen los fines del hogar doméstico y tenemos la base para santificar todas las clases sociales. Y ¿puede San Antonio conseguir estos tres fines en la familia? No dudamos que sí. En su vida hallamos ejemplos para estas tres bases, y veámoslo:

Su seráfico padre San Francisco de Asís fue un serafín abrasado en el amor de Cristo Redentor y lloraba y suspiraba exclamando: ¡El Amor no es amado!, y el taumaturgo paduano heredó en toda la plenitud este espíritu del llagado Patriarca, que fundó por excelencia la Orden de amor, la Orden Seráfica.

Paradójicamente, San Francisco de Asís, que se llamaba a sí mismo un hombre sin letras, un ignorante, siempre atrajo el interés de los intelectuales. San Antonio, un intelectual de primer orden, que se ganó el virtual epíteto de Doctor de la Iglesia alcanzó quizás una proyección más universal, pero entre gente sencilla.

Mientras que un número considerable de personas y familias, sobre todo en Europa, se toman vacaciones en esta época estival, no está de más recordar las últimas vacaciones de San Antonio, pasadas en Camposampiero (o Campo de San Pedro), a unos 24 de kilómetros de la ciudad de Padua (su residencia habitual durante los últimos años de su vida).