Antonio “martillo de herejes” (que es martillo más bien de responsables indignos de la Iglesia), sin dejar de reconocer las jerarquías eclesiásticas, entiende que no es importante

ser prelado o simple fiel, sin tender a la santidad. Esto explica sus diatribas contra las malas costumbres de los clérigos y religiosos, las divisiones en el interior de los claustros de los canónigos y de las abadías de monjes (Domingo de Ramos, pp. 7, 11).

Entre San Antonio de Padua y los otros doctores de la Escolástica franciscana existe una relación de causa y efecto, en la medida en que Antonio ejerció una influencia palpable, habiéndose mostrado el prototipo, el ejemplo perfecto de aquel apostolado completo en el cual confluyen celo, doctrina y santidad.

La oración es el sustentáculo del cristiano, del religioso y del sacerdote, que pretenda llevar una vida seria y cierta de buenas relaciones con Dios y con los hombres. Considerando el carácter fuerte y seguro que Fernando/Antonio siempre mostró, no podía haber dejado de ser un hombre de oración en la fuerza de su juventud.

El autor de la Leyenda Assidua, aquella que nos garantiza mayor fidelidad a la realidad de los hechos, resume en media docena de palabras los éxitos de la predicación de San Antonio, durante su última cuaresma, de 1231:

En la historia quedó también conocido como Martillo de los Herejes. Lo es más por la certeza y convicción de la doctrina que por la contundencia de las palabras. La lógica de la palabra se unía en San Antonio a la lógica de la vida. Enseñaba lo que vivía. Quien recorre su Opus Evangelorum nota que deja a los herejes un tanto al margen, cuando coloca en primer plano en la vehemencia verbal a los grandes de la Iglesia, como fariseos a quien Jesús golpeó sin contemplaciones.

Diversas circunstancias adversas impidieron los éxitos soñados por Antonio de Lisboa, en su ardor de misionero entre los infieles. Su cultura teológica era vasta y profunda, pero la herramienta para su transmisión era demasiado pobre, comenzando por el desconocimiento de la lengua local, el árabe, por cierto, más estudiado en la época por los europeos que hoy.

La misión de nuestro Santo y doctor de la Iglesia iba a ser diferente de la que había soñado, al pasar de los Agustinos a los Franciscano, a mediados de 1220. Marruecos y el

martirio, transcurridos dos años, eran referencias y marcos de una vida que pertenecía a otros, en un contexto europeo de gente fiel cristiana, pero de moral que dejaba bastante que desear.