Dentro del Opus Evangeliorum, más conocido como Sermones Dominicales, porque este tratado o compendio de teología está destinado a los predicadores dominicales, y se enmarca dentro del Año Litúrgico, encontramos nada menos que cuatro sermones (o capítulos, si se prefiere) sobre María Santísima: la Natividad; la Anunciación; la Purificación y la Asunción. Este Opus comienza el domingo de la Septuagésima y estos
cuatro sermones se intercalan entre el duodécimo y el decimotercer domingo después de Pentecostés. En los Sermones Festivos incluye dos más: uno sobre la Purificación y otro
sobre la Anunciación. Los especialistas han encontrado otros dieciocho sermones menores sobre la Santísima Virgen, dispersos aquí y allá, entre ellos uno de nueve páginas anexado al tercer domingo de Cuaresma, y otro de tres páginas en el sermón de Navidad.
La catedral de Lisboa, donde nació Fernando (Antonio), estaba dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. Seguramente por eso, en el siglo XVII, se difundió la noticia de que nuestro taumaturgo había nacido el día de la solemnidad de la Asunción, el 15 de agosto. Por otro lado, la Orden Franciscana nació y creció a la sombra de la pequeña capilla de Santa María de los Ángeles de la Porciúncula (Asís), ahora cubierta y protegida por una grande y rica basílica papal. San Francisco era también un ferviente devoto de María, como lo demuestra lo que escribió sobre ella. Estos presupuestos justifican la forma en que San Antonio expone los privilegios de Nuestra Señora y sus virtudes, e incluso, cómo poco antes de expirar, cantó el conocido himno mariano de Venancio Fortunato: O gloriosa Domina - Excelsa supra sidera etc.
(Oh gloriosa Señora / Que sobre las estrellas existes / Quien que te creó providente, etc.)
Es decir, María Santísima estuvo presente en la vida de nuestro santo desde su bendición hasta la tumba.
Habiendo fracasado en su vocación de misionero ad gentes y mártir de la fe por el derramamiento de sangre, Antonio entra en la carrera de la predicación, tras un noviciado no legal de unos quince meses en Monte Paolo (en la Región italiana de Emilia-Romana), cerca de Forli. Aquí, en Forli, manifiesta insospechados dotes de sabio y orador, al término de las ordenaciones sacerdotales en las témporas de septiembre de 1222. En su repertorio de predicación incluirá temas marianos.
Los grandes temas de la mariología de la época están presentes en el sermonario antoniano: la Natividad o nacimiento; la Anunciación por parte del arcángel San Gabriel,
momento en el que Ella pide, aprende, consiente y concibe al Hijo de Dios, para que se convierta también en su Hijo; la Purificación (puramente legal), junto a la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén; la Asunción al cielo en cuerpo y alma, donde vive glorificado. Los temas de la Anunciación y de la Purificación vuelven a ser tratados en los sermones festivos compuestos poco antes de su muerte a petición del obispo de Ostia, Rainaldo de Jenne, futuro Papa con el nombre de Alejandro IV.
San Antonio mereció una mención especial en la bula Manificentissimus Deus, del 1 de noviembre de 1950, del Papa Pío XII, que proclamó el dogma de la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma. Fue un testigo más de la fe en esta verdad. Se cuenta a propósito este privilegio mariano, que Fray Antonio no fue al coro el día en que se cantaba allí el martirologio de Usuardo, que pone en duda esta verdad de la tradición católica. María coronó al Hijo de Dios con la diadema de carne el día de la concepción –escribe el Santo
Doctor–, en este día, el día de la Asunción, el mismo Hijo ha coronado a su Madre como la diadema de la gloria celestial. Y en otro lugar afirma más claramente: El lugar de los pies del Señor fue María Santísima, de la que recibió la humanidad. Este lugar lo glorificó en este día, porque la exaltó por encima de los coros de ángeles. Por lo tanto, se entiende claramente que ella fue asunta con ese cuerpo que fue el lugar de los pies del Señor.
Pero el Doctor Evangélico es además considerado uno de los precursores del dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado sólo el 8 de diciembre de 1854, por la Bula Innefabilis Deus de Pío IX. Ahondaremos más en los próximos números.
(Extraido de la Coletanea de Estudos Antonianos,
Fr. Henrique Pinto Rema, OFM. Centro
de Estudos e Investigação de Sto. Antonio.
Págs. 314-315. Texto publicado en mayo de
1995.)