La confrontación entre nuestras opciones, nuestros deseos y aquello que Dios escogió para cada uno de nosotros, creándonos a todos diferentes, irrepetibles, exige la más profunda reflexión y un esclarecimiento que solo nos puede venir de lo Alto, mediante una oración larga y viva. No surge de un momento a otro. Lleva generalmente años. Dios nos va revelando sus designios a través de ciertos imponderables. La opción de Fernando por la Orden de los Frailes Menores, a eso de los treinta años de edad, fue tomada, con toda seguridad, ante el altar de Dios.
Ya fraile menor, con el nuevo nombre de Antonio, no cesa de escrutar la voz de Dios. La muerte violenta de cinco frailes menores en Marruecos, el día 20 de enero de 1220, y cuyos restos mortales entraron en el monasterio de Santa Cruz de Coímbra meses después, despertó en el joven clérigo la misión ad gentes. Las señales de Dios no son siempre fáciles de descifrar. Sin embargo, Dios escribe derecho con líneas torcidas. San Pablo afirma que todo concurre para bien de aquellos que aman a Dios. En esta fase de la vida, le parecía a Antonio ser la voluntad de Dios dislocarse a Marruecos y allí dar la vida por la fe. Al final, como habrá percibido en la secuencia de los acontecimientos, lo que deseaba sobre todo era huir del ambiente de Coímbra.
El cristiano que sufre, reza mucho y bien. Antonio pasa todo el invierno de 1220/1221 enfermo en Marraquech. Dios le señalaba otros rumbos. Se ve forzado a regresar a Europa. Dios, en su infinita sabiduría, lo coloca en Italia y no en Portugal (donde ya existían varios eremitorios de frailes menores: en Braganza, Gimaraes, Coímbra, Alenquer y Lisboa). El aparente silencio de Dios llena la oración de Antonio. Tenía treinta años y todavía se interrogaba sobre su futuro personal en este mundo.
La oración sube a las alturas de la contemplación en las fases cruciales de la vida de nuestro santo. La prueba de fuego sucedió en el eremitorio de Monte Paulo, donde lo colocara fray Graciano, provincial de la Romania/ Emilia, después del Capítulo de las Esteras de Asís, realizado en Pentecostés de 1221. Son unos quince meses de profunda meditación y austera penitencia, su noviciado legal (pues cuando entró en la Orden aún no existía noviciado canónico). En el silencio con Dios y en el servicio de sacerdote y de cofrade prestado en el eremitorio, se reveló su capacidad de hombre excepcional. El Cielo lo preparaba en la oración y en el sufrimiento para la extraordinaria revelación de Forli (a unos quilómetros de Monte Paulo) un día de ordenaciones sacerdotales y en vísperas del Capítulo Provincial (29 de septiembre).
Los grandes místicos son realizadores excelentes, como un día escribió H. Bergson. El místico y contemplativo Antonio, después de la revelación de Forli, va a mostrar mundo que lo rodea (norte de Italia y sur de Francia) los carismas con los que el Señor lo había revestido. Los éxitos de su predicación y de su acción social y apostólica se multiplican. La vida activa es más peligrosa que la contemplativa, pero más estimulante y compensadora para héroes de la virtud, como se escribió en alguna parte.
Antonio aprendió primero a rezar; después rezó mucho y bien; finalmente, enseñó a rezar, mediante el testimonio personal, la predicación y sus escritos. No debemos olvidarnos que nuestro santo es Doctor de la Iglesia Universal, tal y como fue proclamado por el Papa Pío XII el 16 de enero de 1946. Lo era, no obstante, de forma equipolente desde que el Papa Gregorio IX lo canonizara en Espoleto, el 30 de mayo de 1232 y le dedicó la antífona de los doctores, O Doctor Optime, y tuvo culto de Doctor de la Iglesia en algunas partes ininterrumpidamente, hasta nuestros días. En su Opus Evangeliorum, más conocido como “Sermones Dominicales y Festivos”, San Antonio además de definir la oración y la contemplación desde los más diversos ángulos, elabora oraciones de la más ortodoxa teología y dentro de los procesos tradicionales.
(Extraido de la Coletanea de Estudos Antonianos,
Fr. Henrique Pinto Rema, OFM. Centro
de Estudos e Investigação de Sto. Antonio.
Págs. 449 y 478. Texto publicado en 1994.)