Para empezar, es importante señalar que la Biblia no siempre estuvo escrita en su totalidad. En muchas ocasiones, varias de las historias o salmos que hoy conocemos
fueron transmitidos originalmente de boca en boca. Esta etapa, a la que conocemos como “tradición oral”, y que sucedió tanto con el Antiguo como con el Nuevo Testamento, llegó a durar incluso siglos en algunos relatos veterotestamentarios.
Cuando las sociedades del Medio Oriente empezaron a desarrollar formas de escribir que eran fáciles de aprender y de usar (la escritura se inventó en una ciudad del sur de Mesopotamia llamada Uruk, entre el 3500 y 3000 a.C.), la gente comenzó a escribir
historias, canciones (salmos) y profecías que se convertirían después en partes de la Biblia. Quizás el material más antiguo sea la piedra, que desde tiem-pos remotos se utilizó para hacer inscripciones en tumbas, templos y otros monumentos. Así sucede con las estelas de los reyes en Egipto. En la Biblia se menciona la inscripción de los diez mandamientos en piedra (Ex 24,12).
En Mesopotamia, donde la piedra era escasa, se escribía fundamentalmente sobre arcilla. Esta se preparaba en forma de tabillas, unas veces secadas al sol y otras
y consiguiente duración. Posteriormente surgió el papiro, un material que se obtiene
de la planta del mismo nombre y que crece principalmente en Egipto. Para fabricarlo
se cortaban finas tiras de la caña que, una vez secas, se unían y en su superficie (karté, de donde viene nuestra palabra “carta”) se escribía. Resultaba un material barato pero poco duradero.
Otro material sobre el que también comenzó a escribirse con tinta fue el cuero, también conocido como pergamino por la ciudad donde se producía: Pérgamo. Se trata de la piel de un animal –generalmente cordero- que tras un proceso de
preparación permitía poder escribir sobre ella. Por desgracia, los textos originales de la Biblia no se nos han conservado. Lo único que tenemos son copias de copias, en algunos casos, ciertamente muy antiguas. La pregunta que inmediatamente surge es acerca de la garantía de que esas copias nos transmitan el texto original. A este interrogante intenta responder una ciencia llamada ‘crítica textual’. Quien pone en práctica esta disciplina realiza un trabajo ciertamente detectivesco. En sus novelas, el agente Sherlock Holmes, intentaba descubrir al autor del crimen entre los numerosos sospechosos.
Crítica textual
De forma análoga, salvaguardando las distancias, el estudioso, por medio de la crítica textual, pretende descubrir cuál es la versión que mejor conserva el texto ante las diversas variantes existentes que en ocasiones se apartan algo del texto original porque los escribas, bien de forma inconsciente o adrede no han copiado fielmente lo que tenían delante. _