Su sigiloso abecedario nos mantiene en vivo, en sintonía con esa poética mirada por la que traspasamos sensaciones en cada instante.
La misma existencia de cada cual es un andar del alma, que no puede adormecerse, sino realizarse como constructor de nuevos horizontes más fraternos y pacíficos. ¿Qué es soñar sino buscar sosiego y enhebrar inquietudes? A propósito, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), nos recuerda que la estimación de los 392.000 bebés nacidos el primero de enero en el planeta, aún no tienen la supervivencia garantizada. ¡Qué mejor sueño que activar el amor al indefenso!
Ciertamente el futuro nos pertenece a todos y, sin duda, tenemos que propiciar otras atmósferas más protectoras, pues si en efecto cada vida por si misma cuenta, ofrezcamos una asistencia sanitaria asequible, una alimentación apropiada, además de la garantía del consumo de agua potable. Desde luego, los gobiernos han de garantizar que todas las madres y los recién nacidos reciban la atención adecuada para prevenir y tratar las posibles complicaciones que puedan surgir durante el embarazo, el parto y el nacimiento. Este sueño es básico. De lo contrario, truncaremos anhelos tan vitales como nuestra propia continuidad del linaje. Por desgracia, tampoco los países ricos tienen buenas políticas familiares, capaces de fortalecer vínculos entre progenitores y descendientes, aspiración fundamental para el desarrollo de sociedades socialmente hermanadas.
Justamente, hay sueños que son trascendentes, imposible de comprarlos en mercado alguno, que surgen al levantar la vista al cielo y unirnos al mensaje luminoso de las estrellas. Tenemos que salir de este espíritu mundano. No hay que gozarse con mirar únicamente lo terrenal. Necesitamos otras metas menos poderosas pero más poéticas. No se pueden tampoco perder de vista las ilusiones inherentes a cada amanecer, que no son otras que las de vivir desvivido por vivir. Quizás tengamos que ordenar también nuestros pensamientos, para encontrarnos sencillamente con ese niño, al que hemos de volver cada despertar. El deseo de hallarse libre no es fácil en este mundo de tantas esclavitudes. Suelen impedirnos descubrir la ternura y el amor hacia nosotros mismos. No tengamos miedo a ponernos en camino, a caer de rodillas y enmendarnos, a ofrecer lo que nos ha sido donado, un viaje hacia sí con los demás.
Cultivar el proyecto en el corazón
El cultivo de este proyecto viviente, donde cada cual es un corazón andante; sin duda, es el más níveo de los sueños, requiere que lo cultivemos con transparencia, autenticidad y cierto ingenio; como hacen los verdaderos poetas con sus versos, o el pintor con sus pinceles, o el arquitecto con sus diseños. Puede que tengamos que extremar la guardia como aquellos inolvidables magos de Oriente, dispuestos a despojarse de sus valiosos bienes y repensar sobre otros espacios más de todos y para todos, más celestiales que terráqueos. No olvidemos que existimos por amor, y por ende, es nuestra razón de ser y de cohabitar en la creación. Consideremos lo que decían nuestros antecesores, aquellos amantes de la palabra, al comparar a Jesús (el niño Dios) con un nuevo sol, unido a nosotros para darnos respiro y orientarnos hacia el camino de lo armónico.
Sea como fuere, somos herederos del sueño de nuestros ascendientes. Verdaderamente son estas soñadoras liturgias las que nos encienden por dentro. Es, precisamente, este soplo solidario el que nos sustenta, ilumina e inspira en el verso que soy; o si quieren, en el sueño por el que nos movemos. Al ser gente de tránsito y, como tales, obramos; hemos de transitar, mejorando nuestras andanzas con el aliento y el alimento de los ensueños. No pasemos día, por falta de tiempo, sin avivar la visión de encontrarse; pues, habiendo soñado mucho, señal de que se ha vivido más. Recuerdo lo que decía el inolvidable escritor Paulo Coelho, “que la posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante”; y, en verdad, que así es. En ocasiones, nosotros mismos nos dejamos sorprender por nuestros propios hechos, por esa innata sabiduría, que surge a veces de ese hálito libre, brotado de la humilde creatividad vivencial, nacida del propio corazón.
Por eso, florece vivamente el despojarse de toda hipocresía, apuntar alto y no rendirse jamás. En consecuencia, hemos de perseguir los sueños, alzar vuelos y avivar el camino, como lo hicieron aquellos Magos de Oriente, superando cualquier contrariedad de culto al poder, que francamente esto es lo que nos mata de tristeza. Ellos lo hicieron postrándose ante el pequeño, ante el pobre, ante el indefenso, y fue entonces, cuando descubrieron la eternidad del amor y el albor que nos embellece. Ojalá, nosotros en este tiempo de tantas injusticias, sepamos encauzar el sueño de coexistir, siempre abiertos a la novedad, sin obviar que cada biografía viviente tiene su propio terreno a explorar. No le cortemos jamás sus deseos. La desilusión nos destroza como seres pensantes. Tener savia, nos exige del coraje de anidar, aún corriendo el riesgo de morirse mañana, pero siempre con las botas del sueño puestas. En cualquier caso, ¡póngase el estimulante vital de la esperanza!, nunca lo olvide.