Revestido con la dignidad que le es propia, el celoso sacerdote está a punto de cruzar el umbral de la casa. Lleva con unción el viático en sus manos, semilla de vida eterna y poder de resurrección.
Es Dios quien viene a entregarse, a aliviar, a perdonar y a salvar a esta pobre alma, como lo hizo Jesús cuando estaba en la Tierra.
La escena se sucede en una aldea de Austria. Al paso del Santísimo, en la entrada, vemos a los familiares arrodillados. La niña, con las manos juntas, asiste admirada y boquiabierta, casi pasmada: algo grave está ocurriendo. De los grandes ojos de la mayor brotan tristes las lágrimas, que bañan su rosado rostro, mientras su mirada busca ayuda en lo alto. A su lado, un hombre rudo, de curtida piel, su padre probablemente, vestido como tirolés, la consuela indicándole con el gesto de la mano que el Cielo es la razón de ser del hombre en la Tierra.
El sacramento de la Unción de Enfermos tiene efectos muy valiosos: da consuelo, paz y ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez; perdón de los pecados si el pacíente no puede obtener a través de la confesión; unión a la Pasión de Cristo por su bien y el de toda la iglesia; prepara para la vida eterna.
Efecto secundario y condicional: devolver la salud corporal al enfermo.
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El Austriaco Ferdinand Georg Waldmúller refleja en su pintura el pequeño y afable mundo burgués de mediados del siglo XIX, ofreciéndonos una profunda y detenida descripción de los ambientes, de los objetos y del propio ritmo de la vida.