Usted está aquí

Un símbolo para Europa

Escritor

Sin embargo, su última obra, en la que trabajó angustiosamente antes de que la muerte hiciera presa en él, es, aún, no demasiado conocida. Hoy, Italia intenta recuperarla, tal vez como un símbolo de la nueva Europa.

El primer paso en el proceso se ha dado, colocándola en el Castello Sforzesco, cerca de Milán. En él, se puede contemplar, la “Pietá Rondanini”.  Obra inquietante, inacabada pero sugerente, parece retrotraernos a una historia diferente que pretende recoger la evolución que la vida infringe al cuerpo humano. Nos hallamos ante la obra de un creyente, apasionado por la vida, que sabe que la muerte se le aproxima. Seguro de su fe, no se atormenta ante ella, pero desea dar fe de la progresiva erosión, que ha ido sufriendo la materia, que rodea su espíritu. A pesar de los años transcurridos, se siente joven, pero el sentimiento de su mente no se compadece con la lentitud de su memoria o con los olvidos de su mente.

Una obra especial

No es, Rondanini, una Piedad al uso; esa ya la esculpió a finales del siglo XV; hoy en día se halla en la iglesia de San Pedro, en la nave derecha del templo. El equilibrio y la belleza del grupo escultórico; el cuerpo de Jesucristo reposa en las piernas de una bella y dolorida Madonna al estilo tradicional, emanan con fuerza de su entorno. La escultura nació como consecuencia de un pedido del cardenal Bilhéres de Lagraulas, embajador de Carlos VIII ante la Corte del Papa. Realizada en mármol de Carrara, su lugar inicial se hallaba en la capilla de Santa Petronila, pero alguien decidió que su hermosura demandaba un lugar especial en la iglesia dedicada a San Pedro. Personajes intemporales, Madre e Hijo, muestran una pena contenida, ambos, saben que han realizado el último tramo de su recorrido humano y aguardan, ardientemente, el momento en el que Dios Padre les llame a su presencia.

Por el contrario, “La Pietá de Rondanini” es totalmente humana. Los años no han pasado en vano por los personajes. Mediante la obra inacabada, el autor nos traslada un mensaje, tan cruel como necesario: el paso del tiempo es insoslayable. Como nos recuerda el Eclesiastés, la existencia tiene épocas alegres y tiempos para la tristeza. Los diferentes acontecimientos se van recogiendo en los rostros componiendo un paisaje humano, ni más bello ni más angustioso que el que poseíamos durante nuestra juventud, simplemente, diferente.

El escultor nos legó los bocetos realizados para la obra. Por ellos, sabemos cómo preveía fuera la escultura. La Virgen ha encontrado el cuerpo. Sabe que éste, es únicamente, el envoltorio del alma de su sagrado hijo, pero, es consciente de que debe enterrarle. Intenta cogerle en brazos, pesa demasiado para ella. Nadie la acompaña. La soledad no le duele, lo único que la angustia es no poder transportar el cuerpo hasta la sepultura. El boceto nos muestra como realiza el esfuerzo, le ase e intenta arrastrarle como puede. Es la figura de la humana impotencia. Necesita devolver la dignidad al cuerpo inerte. Cumplir su misión es irrenunciable.

El deber de una Madre

El deber de madre sigue presionándola. Sabemos que finalmente lo logrará, pero no podemos aventurar cuando. En su rostro, sólo pergeñado, se muestra el irreparable dolor que le produce la pérdida de su fruto querido. Ambos están tan unidos que parecen uno. El sufrimiento se refleja en un rostro que ha perdido su juventud pero que todavía nos muestra serenidad y equilibrio. Sabe que no puede detener el tiempo y que sucederá lo que tenga que suceder. Ella, se limitará a rezar y a cultivar su inenarrable padecimiento.

La muerte es la liberación que aguarda impaciente. Con curiosidad. Sabe que volverá a encontrarse con su hijo. Que éste, nunca la ha dejado de amar. Pero no puede evitarlo, siente un dolor punzante en su pecho. Puede que por no poder colocarse en el lugar que ocupa Jesús. Si pudiera lo haría. Ya no es joven. El tiempo no pasa en balde y ella ya ha consumido el que le tocaba. Acabaron con él cuando se hallaba en la flor de la vida. Sabe que era una prueba decidida por Dios, una experiencia que debía sufrir por su amor a los seres humanos. Le resulta difícil entender que nadie parezca agradecérselo, pero ella no debe pensar en determinadas cosas. Sólo desempeñar su papel mientras arrastra su terrible soledad.

El siglo XX

Creo que el siglo XX reúne varias de las características de la “Pietá Rondanini”. Imprevisible, caótico e inacabado, siempre fue consecuencia de hechos humanos. Basta con rememorar el tango; una música popular que nace, en comunión con el siglo, entre Argentina y Uruguay y se enseñorea, muy temprano, de los barrios bajos de París, en ese momento, capital del mundo.

Revolución, desesperanza, odio, crueldad, violencia, sexo, dinero y en el profundo fondo, unas desbordadas ansias de vivir. Simplificando, un retrato humano. Podría decirse que el siglo XX, desde su inicio a su final, fue un fracaso sangriento. Pero, habría que añadir, “un fracaso humano”. Si tuviera que decantarme por uno en particular, éste, sería “Cambalache”. Corrosivo, antisistema, revolucionario, es la viva imagen de una Sociedad que se negaba a conformarse con su suerte. Prohibido durante las dictaduras, se erigió en bandera de los desharrapados, los desclasados y los bohemios.

Época de líderes, frecuentemente, fue la causa que éstos defendieron el motivo que provocó las más importantes contiendas del período, que es lo mismo que decir las que ensangrentaron el siglo. Stalin, Mussolini, Hitler y Churchill, llenaron con su presencia buena parte del siglo. De todos ellos, el que más ha llamado mi atención es Churchill. Aristócrata inglés; de inicio perteneció al Partido Liberal, pero en 1925, acabó pasándose al Partido Conservador en el que militó hasta su muerte.