Hablaba del aumento de la ansiedad y la depresión, del rol de la tecnología y las redes sociales, de los cambios en la crianza y la sobreprotección, de la disminución del juego al aire libre y la actividad física y de la presión académica.
Este análisis está estrechamente vinculado con la dimensión religiosa del ser humano, en mi opinión, porque si los niños y adolescentes que hoy en día pueblan el planeta están tan influidos por las pantallas en el nivel intelectual, volitivo y afectivo, eso también pasa factura en su dimensión espiritual. Si los hijos sienten que sus padres no les prestan atención por culpa de la tecnología, y replican ese aislamiento en su día a día, se les dificultará enormemente pensar con actitud crítica sobre la existencia de Dios, por muy caritativo e importante que le aseguramos que sea esa divinidad.
Pues bien, el libro no es simplemente una queja continua sobre “lo mal que están los jóvenes”, sino que plantea una serie de propuestas para tratar de revertir la situación y mitigar, en lo posible, la crisis de salud mental que amenaza con seguir expandiéndose y multiplicándose:
1. Limitación del Tiempo de Pantalla: Reducir el uso de dispositivos electrónicos y fomentar actividades que no involucren pantallas. Cuanto más miren los niños hacia el frente, y no hacia abajo, mejor que mejor.
2. Fomento del Juego al Aire Libre: Promover el tiempo de juego libre y actividades físicas al aire libre. Hay un sinfín de beneficios (físicos y psicológicos) más que probados en los niños, adolescentes y adultos cuando ponen a funcionar su cuerpo y lidian con la naturaleza.
3. Educación Emocional:
Incluir la educación emocional y social en los currículos escolares para ayudar a los niños a desarrollar resiliencia y habilidades de afrontamiento. Si asumen que cuando algo no les gusta pueden “cambiar de película” o “pasar al siguiente episodio”, corren el riesgo de que entiendan la vida como algo sujeto a nuestra voluntad… y sabemos bien que no es así, porque nuestro paso por el mundo incluye dificultades de todo tipo, dolor, enfermedades imprevistas, dudas y reveses.
4. Cambio en la Crianza:
Fomentar un enfoque de crianza que equilibre la protección con la autonomía y permita a los niños enfrentar y superar desafíos.
En conclusión, “La generación ansiosa” es una llamada a la acción para padres, educadores y la sociedad en general, instando a cambios profundos en la forma en que criamos y educamos a nuestros hijos para enfrentar la creciente crisis de salud mental entre los jóvenes. Y es también un estímulo poderoso para que cada uno revise, por su cuenta, qué está en su mano hacer y dónde pone a Dios en medio de ese panorama incierto.