Usted está aquí

Una llamada a lo esencial

Navidad es, sin duda, una de las épocas más esperadas del año. Las luces, los regalos, las reuniones familiares… todo parece estar impregnado de un ambiente festivo. Sin embargo, al igual que muchas otras festividades cristianas, el verdadero sentido de la Navidad ha sido desplazado por la vertiginosa carrera hacia el consumo y el espectáculo. ¿Cómo nos hemos permitido convertir una celebración de humildad y amor en una oportunidad para adquirir lo último en tecnología? Quizá, como en tantos otros aspectos de la vida, nos hemos dejado seducir por lo superficial y hemos olvidado lo esencial.

El nacimiento de Jesús en un humilde pesebre nos invita a recordar algo que el mundo moderno a menudo olvida: la grandeza de lo pequeño. En ese momento decisivo de la historia, no hubo tronos ni palacios, solo un niño envuelto en pañales y unos padres llenos de fe. Hoy, mientras muchos corren de un lado a otro buscando el regalo perfecto o el adorno más vistoso, la lección de Belén sigue siendo la misma. No es la opulencia lo que define la Navidad, sino el amor incondicional que Dios nos demostró al enviarnos a su Hijo en la forma de un bebé desnudo, vulnerable, casi impotente.

En tiempos recientes, he escuchado historias que renuevan mi esperanza de que, a pesar de todo, el espíritu de la Navidad sigue vivo. Hace unos días, un grupo de jóvenes amigos míos me comentaron que habían decidido que este año no gastarían en regalos costosos entre ellos. Ni siquiera en una gran cena de navidad o en una salida nocturna. En su lugar, han propuesto comprar alimentos y regalos sencillos para los niños de un barrio de bajos recursos a las afueras de la ciudad. Pienso que, aunque pequeño en apariencia, gestos así tienen un eco profundo: es el amor en acción.

El desafío que la Navidad nos plantea, entonces, es redescubrir este amor en nuestras propias vidas. No se trata de renunciar a las tradiciones festivas ni de despreciar los regalos, sino de recordar que el mayor regalo ya nos fue dado hace más de dos mil años. Jesús, nacido en la pobreza más absoluta, olvidado e ignorado por la inmensa mayoría de la humanidad, nos mostró que la verdadera riqueza está en el corazón, en la entrega y en la humildad. Y así como Él se ofreció por nosotros, la Navidad es la oportunidad perfecta para ofrecer lo mejor de nosotros a los demás.

Todo esto me lleva a concluir el artículo con una invitación sincera a vivir la Navidad desde una perspectiva renovada. Tal vez podamos dedicar unos minutos al día para la oración en familia, o quizás encontremos una manera de ayudar a alguien que lo necesite. Porque, en última instancia, la Navidad es mucho más que luces y regalos. Es un recordatorio de que Dios está presente en nuestras vidas, y de que podemos seguir su ejemplo amando y sirviendo a los demás con todo el corazón.