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Vivir honestamente

Escritor

Las preguntas que se hace la gente, el pueblo de Dios, sus angustias y luchas…

Poseen un valor hermenéutico (o sea interpretativo de la palabra de Dios) que no podemos ignorar si nos tomamos en serio eso de que Dios se hace hombre y habitó entre nosotros.

Por ahí va el misterio. La encarnación de Dios, exclusiva de nuestra religión, a la que se dota desde el cielo del don de la fe, es la que con más transparente coherencia, siente las bases  del verdadero amor, de la verdadera libertad, de la genuina justicia. Me acuerdo de la vieja definición de justicia en el derecho Romano: Además de recordar que no hay que lesionar al otro y que hay que dar a cada uno lo suyo, nos ofrece algo más que nosotros, los creyentes, podemos aportar para que la sociedad sea más justa: Honeste vivere, o sea, vivir honestamente.

Y después vendrá lo dicho: alteri non laedere et ius suum evique tribuere la lengua española: Vivir honestamente no perjudica al prójimo y dar a cada uno lo suyo.

Menudo desafío. Pero hay que arrancar de nuestro itinerario espiritual cualquier asomo de Mundanización. Y no sólo en la conducta exterior. (Acordaros del fariseo rezador, ocupando la porción más ostentosa del templo, a voz en grito, humillando al publicano) sino en la sutil tentación del graticismo que saca la jugosa relación con Dios. Y la más jugosa, si la más jugosa y segura relación con Dios, es acudir, una y mil veces al Jesús histórico que es Dios, aunque algunos peritos digan otra cosa, y comprometerlo con mi caída dura en el tiempo, hijo de la Iglesia, contento con mi comunión con ella, agradecido y sabiendo, cómo acabo de leer en San Justino (casi de la “quinta” de Jesús de Nazaret) esto: “Si alguien se atreve a decir que hay un hombre que expresa lo que es Dios, es que está rematadamente (en latín perdite) loco”.