Una de las ideas en las que llevo tiempo cavilando tiene que ver con el miedo. Existen en nuestro planeta más de 8000 enfermedades reconocidas por la ONU, y si hay algo seguro es que, como dijo San Pablo, sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él. La muerte y el sufrimiento nos acompañan, lo queramos ver o no.
Con esto no estoy diciendo que ahora debemos deprimirnos, ni mucho menos, porque en nuestro día a día también existen alegrías, por supuesto. Sólo quiero hacer ver que muchos de nosotros tendemos a ignorar esto. ¿Por qué? Tal vez por miedo. Miedo a salir de la zona de confort, miedo a ir contracorriente, miedo a hacer lo que sabemos que está bien cuando todos los demás nos empujan en la dirección contraria.
En otras palabras, la tendencia actual es que nos creamos inmortales: operaciones estéticas, bótox, fotos en donde se nos vea intocables, selfies retocados o en los que aparezcamos envidiosamente felices… en una sociedad marcada por las redes sociales y la imagen, tenemos miedo al sufrimiento y al dolor, sin darnos cuenta de que éstos, siempre, antes o después, acaban apareciendo, porque son intrínsecos a la existencia humana.
Y hablando de miedo, es preciso erradicar también el miedo al fracaso. Lo malo no es caer; lo malo es no levantarse. ¿Cuántos líderes y emprendedores nos han contado sus peripecias hasta llegar a lo que son ahora mismo? Bill Gates -el famoso fundador de Microsoft-, Jack Ma -actualmente el hombre más rico de China, dueño de Alibaba, el Amazon asiático-, el cineasta Walt Disney o Thomas Edison -uno de los mayores inventores de la historia-, por mencionar sólo unos pocos, son personajes históricos que cosecharon éxitos indudables después de un sinfín de fracasos. No pasa nada por equivocarnos, por fallar, por decepcionar… siempre y cuando tengamos la valentía y la determinación de coger aliento, asumir la culpa, enfrentarla y salir adelante, con un empuje renovado, conscientes de que Dios y nuestro ángel de la guarda nunca nos soltarán de la mano.
No perdamos de vista, en fin, que vida y sufrimiento son dos realidades prácticamente inseparables, aunque, insisto, la corriente actual nos invite a pensar lo contrario. ¿Cuál es el signo fundamental del cristiano? La cruz, que simboliza una de las maneras más salvajes y dolorosas en que una persona puede torturar a otra, y que precisamente Dios Hijo aceptó para sí mismo, sin tener ninguna culpa y frente a su madre, a fin de redimirnos del pecado. Del dolor, la traición y la tristeza sacó fuerzas, perdón y amor.
Hagamos que nuestro camino terrenal cuente. Que al llegar a nuestro último día podamos decir: valió la pena vivir, estoy orgulloso de mis acciones, fui una persona responsable, hice feliz a muchas personas.