Un ángel del Señor se les presentó para anunciarles una gran noticia: había nacido el Salvador. Que lo encontrarían allí cerca, en la ciudad de David, envuelto en pañales y reclinado en un pesebre.
Enseguida, se juntó al ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios, diciendo: “Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
Los ángeles de nuestros piadosos nacimientos nos exhiben año tras año, como el del cuadro de Lanchares, escrito en un pergamino, la celestial sentencia.
Sin embargo, ¡qué lejos estamos del perfume que destilan sus palabras! ¡Basta abrir el periódico por la mañana o asistir a cualquier telediario para comprobarlo! ¡Y eso que por todas partes se habla de paz, de buena voluntad...!
¿Qué misterio entraña la promesa angélica que la hace tan inalcanzable al hombre de nuestros días? Incluso al de “buena voluntad”, entre comillas.
Algo muy sencillo y fácil de comprender: hemos relegado al olvido la primera parte, la principal, la más importante, a la que está encadenada y de la que deriva la paz en la tierra: la gloria a Dios en las alturas.
La verdadera paz no excluye la lucha del bien contra el mal, la polémica entre la luz y las tinieblas. La paz de Cristo no se identifica de ningún modo con la falsa paz, sin luchas ni polémicas del pretendido “hombre de buena voluntad” que la busca fuera de Él.
Vos, Divino Infante, sois el Príncipe de la Paz. Sin vos la paz es una mentira y, al final, todo se convierte en guerra. Y mientras los hombres no comprendan esto, la paz no habitará entre ellos.
Ahora que llega la Navidad, procuremos al menos que en nuestros hogares reine la armonía. Nada mejor que imitar el ejemplo de los pastores.
Dice el Evangelio que fueron deprisa a Belén y encontraron a María, José y al niño reclinado en el pesebre. En el cuadro de Lanchares, vestidos con ropas castellanas de la época, les vemos en el momento de llegar. Uno de ellos, todavía con la mejor de sus ovejas sobre los hombros, como Abel, dispuesto a ofrecérsela lleno de alegría.
Es de noche, reina la oscuridad en el ambiente. Pero una brillante e intensa luz que viene del Niño Jesús ilumina sus rostros.
Que esa misma luz bañe nuestros corazones en estas Santas Navidades.
Vida
ANTONIO DE LANCHARES nació en Madrid, hacia 1585. La primera obra conocida de este pintor barroco es ésta, la Adoración de los Pastores, en la que manifiesta un interés por la iluminación nocturna que procede de Bassano. Hay constancia de su trabajo para la Cartuja de El Paular, así como para otras instituciones eclesiásticas de Madrid y sus inmediaciones.
En 1627 fue propuesto de forma unánime por Vicente Carducho, Eugenio Cajés y Velázquez para ocupar la plaza de pintor del rey entre doce candidatos. Aunque la plaza finalmente se dejó vacante, los informes emitidos con este motivo ensalzaban su habilidad para pintar al temple y al fresco. Murió en Madrid en 1630, aún joven, por eso su obra es escasa. Fue enterrado en el convento de los frailes trinitarios calzados de la Corte.