En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:
- «Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres».
Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido.
Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
Comentario del Papa Francisco
Todos estaban admirados por todas las cosas que hacía. Era el líder de ese momento. Toda Judea, Galilea y Samaría hablaba de Él. Y Jesús, tal vez en el momento en el que los discípulos se alegraban de ello, les dijo: Fijaos bien en la mente estas palabras: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Jesús no podía engañarse. Él sabía. Y era tanto el miedo, que aquella tarde del jueves sudó sangre. “Padre aleja de mí este cáliz; pero que se cumpla tu voluntad”. Y esta es la diferencia. La cruz nos da miedo. Pero no hay redención sin derramamiento de sangre. No hay trabajo apostólico fecundo sin la cruz. Y se puede tal vez pensar: ¿a mí qué me sucederá? ¿Cómo será mi cruz? No lo sabemos, pero estará y debemos pedir la gracia de no huir de la cruz cuando llegue. Cierto, no da miedo, pero el seguimiento de Jesús acaba precisamente allí.