Por eso buscamos a menudo distracciones, cosas que nos alegren el día o que nos saquen de la monotonía. Con el Covid-19, esto sin duda se ha agravado. No hemos salido de un confinamiento cuando, casi sin pensarlo, ya estamos entrando a uno nuevo. Los días, las semanas y los meses se van sucediendo con pocas diferencias entre sí, salvo, quizá, los árboles que vemos florecer y marchitarse al otro lado de la ventana o el calor ambiental que aprieta o se aleja. Y eso hace mella en el ánimo de cualquiera, faltaría más.
Esto que describo no es una mera percepción subjetiva. Basta con ir a las estadísticas para comprobar un hecho dramático: las tasas de suicidio se han multiplicado en los últimos tiempos, si bien no es muy mediático decirlo. O quizá se busca evitar un efecto llamada entre jóvenes, adultos y ancianos. Sin embargo, a estas alturas de la película, cuando todo lo que hacemos y decimos se proclama a los cuatro vientos, a menudo sin escrúpulos o prudencia, creo que convendría detenerse, sin rodeos, en esta dura realidad.
Ahondar en el suicido nos tomaría ahora muchas páginas, y no somos quién para juzgar a la persona que lo comete. Hay detrás de él, sin duda, fuertes y diferentes motivos psicológicos, entre los que sobresalen la depresión y la angustia. Esa angustia de la que tanto hablaron los filósofos existencialistas cristianos y no cristianos tras las fatídicas guerras mundiales y que había desaparecido bajo una creciente corriente hedonista y un bienestar material, ha vuelto a asomar. Por culpa del Covid-19 y de tantos efectos que sigue ocasionando, todos nosotros, los occidentales, estamos más próximos a entender en
qué consiste la angustia que en los últimos 70 años.
Hay razones de sobra para echar la llave y renunciar a vivir, la verdad. Si nos empeñamos en buscar las aristas negativas a nuestra existencia, podemos encontrar un sinfín de ellas, porque las desgracias están presentes en cualquier vida humana, a mayor o menor escala.
Pero también hay belleza en cualquier vida, en cualquier situación, en cualquier amanecer… ¡en cualquier niño en un parque! Para los que tenemos fe, comprender y recordar que un Dios paternal nos cuida a pesar de todo, más allá de cualquier infidelidad, vacilación o negación, es una fuente inagotable de esperanza. Y también de serenidad, porque es una convicción que tranquiliza, que permite situar los problemas y pesimismos en su sitio,
incluyendo la pandemia, la enfermedad.