EN nuestro capítulo anterior veíamos cómo su segundo viaje apostólico quedaba interrumpido por las persecuciones que levantaron de nuevo los judíos contra él, haciéndole huir. Pero deja sólidamente fundadas las cristiandades de Filipos y Tesalónica. Poco después entraba Pablo en Atenas, donde dirigió la palabra a los filósofos, reunidos en el areópago. Pero aquellos hombres altaneros no respondieron a la voz del Apóstol. Sin embargo, tuvo lugar la conversión de uno de ellos, Dionisio, llamado por esto el Areopagita. Así, pues, de Atenas pasó Pablo a Corinto, ciudad rica y de mucho comercio. Allí, los judíos le hicieron grande oposición; tuvo que presentarse ante el procónsul Galión, consiguió la conversión de Crispo, jefe de la sinagoga, y, a través de muchas dificultades, organizó una de sus mejores cristiandades. Finalmente partió para Efeso, a donde prometió volver, y de allí a Cesarea y a Jerusalén, en cumplimiento de un voto.
Tercer viaje
Desde Jerusalén partió Pablo muy pronto para Antioquia, y dio comienzo a su tercer recorrido apostólico. Después de visitar las cristiandades de Asia Menor, partió rápidamente para Efeso, ciudad grande y próspera. Era precisamente el ideal de San Pablo establecer el cristianismo en las grandes ciudades, que servían como centros de irradiación del cristianismo. De esta manera logró fundar en Efeso una cristiandad sólida; pero finalmente, a causa de una sedición promovida contra él por la avaricia del platero Demetrio, tuvo que salir, y partió para Macedonia.
En Filipos le salió al encuentro Timoteo, quien volvía de Corinto. Luego, según todas las probabilidades, se internó en el Ilírico, donde se detuvo algún tiempo; después partió para Corinto, y sin detenerse mucho allí, volvió por Macedonia y Tróade, donde obró el milagro de la resurrección de un muerto; paró en Mileto y siguió hasta Cesarea de Palestina. Aquí le anunciaron muchas calamidades si marchaba a Jerusalén; pero, esto no obstante, se dirigió allá, portador de una buena limosna para aquella Iglesia.
Cautividad en Jerusalén y Cesarea
En Jerusalén hizo entrega de la limosna; pero los judío-cristianos estaban soliviantados contra él, por considerarlo como el principal opositor de la ley mosaica. Por esto, quiso él sincerarse ante ellos yendo al templo a purificarse; mas los judío-cristianos arremetieron contra él, y a duras penas, el tribuno Lisias, con sus soldados, pudo librarlo de ser apedreado como San Esteban. Entonces, Pablo fue conducido por Lisias a la torre Antonia, donde trató de azotarlo; pero Pablo se libró de esta ignominia alegando su calidad de ciudadano romano. Ante el sanedrín se defendió victoriosamente; mas para evitar una conjuración, fue enviado al procurador Félix, a Cesarea.
En Cesarea, Felíx no pudo encontrar nada digno de castigo; sin embargo, lo detuvo cerca de dos años, que serían del 58 al 60. El sucesor, Festo, trató de complacer a los dirigentes judíos, entregándoles a Pablo; pero éste, entonces, apeló al César, y, como ciudadano romano, tuvo que ser llevado a Roma para que allí se decidiera su causa.
Viaje a Roma y cautividad romana
En el viaje que emprendió poco después como preso y entre cadenas, estuvo a punto de perecer junto con toda la tripulación. Llegados milagrosamente a la isla de Malta, obró allí Pablo estupendos milagros; llegó por fin a Puzol, en la primavera del año 61, y fue acogido con cariño por los cristianos, así como también en las proximidades de Roma, en Tres Tabernas, y, finalmente, llegó a la capital del Imperio. En Roma fue detenido Pablo en una cautividad suave; pero el relato de San Lucas no nos dice cuál fue el final de la misma. Sin embargo, un conjunto de argumentos sólidos prueban con suficiencia que a los dos años fue puesto en libertad. Así, pues, entonces pudo realizar su proyectado viaje a España, como en realidad lo hizo, y volvió luego al Asia Menor, donde puso término a su actividad apostólica. Allí se hallaba hacia el año 66 o 67 cuando fue preso y sometido a la segunda cautividad, mucho más dura, y conducido a Roma, sufrió el martirio, juntamente con San Pedro, el año 67, según la tradición.