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Azotado, coronado de espinas y condenado a muerte

Azotado, coronado de espinas y condenado a muerte

Y tanto le azotaron que el cuerpo, como había anunciado Isaías, desde la cabeza a los pies quedó hecho una sola llaga. Para burlarse después de Él, como rey, le cubrieron la cabeza con una corona de agudísimas espinas y le pusieron por cetro una caña en la mano. Y arrodillándose ante Él, le decían:

-Salve, rey de los judíos.

Fue conducido de nuevo a Pilatos, el cual, compadecido, le sacó al balcón y le presentó al pueblo diciendo:

-He aquí al hombre.

Pero los judíos lejos de apiadarse, con más rabia gritaban:

-Crucifícale, crutcifícale. -A estas instancias repuso Pilatos.

-¿Queréis que crucifique a vuestro rey? -Respondieron:

-No tenemos más rey que el César. -Él replicó:

-Tomadle, pues, vosotros. Yo no hallo en Él culpa alguna.

A estas observaciones replicaron más furiosos:

-No tenemos poder para darle muerte, pero según nuestra ley debe morir. Si tú le pones en libertad, eres enemigo del César, puesto que haciéndose rey se rebela contra el César.

Viendo Pilatos la inutilidad de sus esfuerzos para librarle de la muerte, pues crecía la rabia y el furor del populacho, mandó traer agua, y en presencia de la multitud se lavó las manos, haciendo la siguiente protesta:

-Soy inocente de la sangre de este justo, arreglaos allá vosotros. -Todo el pueblo en masa cegado por el furor, gritó frenéticamente:

-La sangre de éste caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.

Y Jesús fue entregado por Pilatos en manos de los verdugos, los cuales le hicieron sufrir toda suerte de tormentos y después le vistieron sus hábitos y pusieron sobre sus hombros una pesada cruz.

Camino del Calvario

Una vez fuera de la ciudad, se encaminaron hacia el Calvario para crucificarle. En este doloroso trayecto, exhausto Jesús de sus fuerzas por la mucha sangre derramada, cayó agobiado bajo el peso de la cruz. Temiendo los verdugos que se les muriese en el camino, obligaron a hombre de Cirene, de nombre Simón, a que le ayudase a llevar la cruz. Cerca ya del Calvario encontró Jesús a unas piadosas mujeres que lloraban inconsolables, al verle injustamente condenado a muerte. Les dirigió Jesús la palabra:

-No lloreís por Mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque vendrán días en que se dirá: “¡Bienaventuradas las que no tienen hijos! ¡Oh montes! ¡Oh collados! Caed sobre nosotros y sepultadnos…” Con estas palabras anunciaba Jesús las terribles desgracias que sobrevendrían a los judíos en la ruina de Jerusalén.

Jesús en la Cruz

Llegado Jesús al Calvario, fue despojado de sus vestidos, extendido en la cruz, crucificado en ella con clavos en las manos y pies, y en seguida levantado entre dos ladrones que habían sido crucificados con Él. Mientras así pendía angustiado de aquel patíbulo, fue el blanco de insultos, burlas y blasfemias de la plebe. Como Dios Omnipotente, podía con una sola palabra barrer de la faz de la Tierra a aquellos inicuos que se mofaban de Él. Pero queriendo desde la cruz enseñarnos a perdonar a nuestros enemigos, se dirigió al Padre Eterno y rogó por los que le habían crucificado, diciendo:

-Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.