Por lo general, la posesión diabólica se verifica en personas especialmente pecadoras o que se han puesto en sumo riesgo aproximándose a la acción de Satanás, pero no siempre, e incluso se puede dar en niños y en personas de vida santa. En estos casos, más raros, la causa se encuentra en el deseo de venganza de Satanás y en la providencia de Dios, que lo permite para purificar un alma santa, como le sucedió en el siglo XVII al P. Surin a raíz de sus exorcismos entre las hermanas ursulinas de Loudun (quedó poseído él mismo y era consciente de ello, sin quererlo), o como le ocurrió a la carmelita árabe Sor María de Jesús Crucificado, muerta en olor de santidad.
En estos casos y en la posesión diabólica de niños, Dios se vale de ella para demostrar los límites reales del poder del demonio y cómo finalmente son Él y la Iglesia quienes triunfan. Así se observa en los Evangelios con una niña como la hija de la cananea (Mt 15,21-28; Mc 7,24-30) y con el niño lunático (Mt 17,14-20; Mc 9,14-29; Lc 9,37-43); es un caso en que se une una enfermedad de epilepsia a un caso real de posesión; ante el exorcismo obrado por Jesús con este niño y al liberarlo del demonio, “todos quedaban atónitos ante la grandeza de Dios” (Lc 9,43). Puede aplicarse en estos casos, por tanto, lo que también señala Jesús al ir a curar al ciego de nacimiento (no endemoniado): su mal no es fruto de su pecado ni del pecado de sus padres, sino que ha sido permitido por Dios para el milagro, porque “se habían de manifestar en él las obras de Dios” (Jn 9,3).
Si Dios permite la posesión diabólica es fundamentalmente para sacar un bien mayor. No hay que perder de vista lo que sucedió con la Magdalena (Mc 16,9; Lc 8,2) y con el endemoniado de Gerasa (Mt 8,28-34; Mc 5,1-20; Lc 8,26-39): a ella, mujer pecadora de la que expulsó siete demonios, la convirtió en una discípula fidelísima y pura; y el segundo, de llevar dentro de sí una legión de demonios, pasó a querer seguirle, pero Jesús prefirió que fuera un predicador suyo anunciando la maravilla que había obrado en él. Por lo tanto, el primer beneficiado suele ser el poseso al ser liberado, a la par que ante todos se manifiesta el poder de Jesucristo, que vence al diablo siempre.
Pero, como decimos, normalmente el origen de la posesión se halla en que el endemoniado se ha colocado en una situación de riesgo: bien por una actitud de entrega al pecado y al vicio, abandonándose de lleno o casi totalmente a él; bien porque la propia víctima ha realizado un pacto con el diablo, para conseguir algún objetivo o porque ha tratado con experiencias de tipo espiritual o adivinatorio, que son de inspiración demoníaca. Esto último es quizá hoy lo más corriente, con prácticas como el espiritismo, la ouija, músicas satanistas, más recientemente el reiki, etc., o abiertamente con cultos y sectas satánicas.
Remedios contra la posesión diabólica
Jesucristo lo ha declarado abiertamente: “Ese linaje (de los demonios) con nada puede salir, si no es con oración y ayuno” (Mc 9,29). Por lo tanto, los medios, tanto para evitar la posesión como para luchar contra ella cuando se ha producido, son espirituales. La Iglesia especifica los siguientes: la confesión sacramental, la sagrada Comunión, la oración y el ayuno, los sacramentales (muy especialmente el agua bendita debidamente exorcizada, como comprobó Santa Teresa de Jesús), la Santa Cruz, las reliquias de los santos (sobre todo del Lignum Crucis, de la Cruz de Nuestro Señor) y los santos nombres de Jesús y de María, así como de otros santos, de los ángeles y muy singularmente de San Miguel Arcángel.
Cuando está comprobado un caso de posesión, además de todos estos medios, se hace preciso un exorcismo solemne. Existen exorcismos simples o conjuros contra el demonio, que se pueden rezar en privado, incluso por parte de laicos (así, hay uno relativamente conocido de León XIII). Pero el exorcismo solemne ante endemoniados sólo pueden realizarlo sacerdotes expresamente designados por la Iglesia y siguiendo las pautas del Ritual promulgado por la Santa Sede. Una de las indicaciones en que más se insiste siempre es que no se debe dialogar con el demonio, porque es mentiroso y embauca con facilidad; en consecuencia, el sacerdote autorizado por la Iglesia sólo debe hacerle las preguntas oportunas establecidas por el Ritual.
Aunque la posesión diabólica sea un fenómeno que nos impresiona al ver desencadenada la fuerza preternatural de Satanás y su rabia, sin embargo es menos peligrosa que la tentación y siempre se observa finalmente la victoria de Cristo.