No en mis gustos, interés o en si mis deseos coinciden o no con la ilusión y las expectativas que me había hecho de ti.
En los encuentros, además de enfocar la atención en la otra persona, hay que procurar que, estos, no se conviertan en un interrogatorio. Si quieres que tus hijos, compartan contigo su vida, debes compartir también la tuya con ellos. Y esto ha de hacerse desde muy temprana edad: desde antes que sepan hablar, porque con la narración del acontecer cotidiano, se transmite afecto y sensaciones de cariño. Y cuando los hijos escuchan lo que les contamos y facilitamos que ellos cuenten sus “batallas”, estamos tenían un encuentro sustancioso que deja huella en el hondón de la persona.
Ahora bien, calidad en los encuentros no significa ceder a sus caprichos de forma habitual. Significa transmitir “tú me importas”, por eso estoy contigo, independientemente de si estoy cansada/cansado o de si me reportas ilusión o no.
Calidad en los encuentros tampoco significa “estar en todo”: saber lo que pasa en la cocina, en la habitación de al lado, en el salón… porque cuando se está así, lo que se transmite es fiscalización. ¡Cuántos padres piensan que estando en todo y sobreprotegiendo a sus hijos les transmiten cariño y seguridad! Y es un error. La sobreprotección deriva en sentimientos de incompetencia porque habitúa a las personas a que “alguien” les hará lo que es su deber… lo que deriva en una incapacidad soberana para liderar sus propias vidas.
Calidad en los encuentros significa, más bien, dejar hacer, animar, sugerir, detenerse a escuchar sin interrumpir, mirar a los ojos, sonreír, abrazar y dar un beso… Y, todo esto, es compatible con decir no y corregirles cuando hay que hacerlo facilitándoles la reflexión que les ayude a detectar -por sí mismos- cuál es el problema y las posibles alternativas que contemplen una solución positiva.