Sólo puede obedecer una persona que es libre: “lo hago queriendo, aunque no me apetezca”. Esto es clave a la hora de plantearse cómo educar en el hogar.
Ayudar a madurar y a que los hijos forjen su personalidad significa vivir una aventura y por lo tanto, un riesgo, el riesgo de la libertad.
Si nos preguntamos ¿a qué personas se las sigue y obedece sin plantearse muchos problemas? Responderíamos que aquellas que tienen personalidad, son coherentes, solícitas para ayudar, amables planteando las cuestiones, disponibles para escuchar, muestran paciencia con los interlocutores y transmiten confianza. Este puede ser un programa que propongo para contemplar en una familia que desee educar en libertad.
Para educar, para crecer siendo educada/educado, es muy bueno “pisar” un suelo que reúna las condiciones posibles más favorables: un clima y un estilo positivo que anime, tanto en los padres como en los hijos, porque todos mejoramos o empeoramos con lo que elegimos hacer.
Por eso, es importante que al mandar/indicar cosas para hacer, se tenga en cuenta que las otras personas lo quieran hacer libremente. La disposición de hacer las cosas por obligación dura sólo un rato. Justo el tiempo que esté delante la persona que manda, porque cuando esta no esté presente “desaparecerá” el interés en hacer aquello que se había mandado.
Qué diferencia hay en la predisposición de la persona cuando quien dice-indica-sugiere-plantea que es lo que hay que hacer es alguien que cae bien… porque no humilla, se muestra dispuesta a ayudar, ofrece soluciones, no grita, dice las cosas con amabilidad, sin herir orgullos, etc. En este ambiente, uno -aunque quizás no le apetezca- se mueve a hacer aquello que le han dicho porque valora a la persona que manda. Esto es clave. Aunque papá o mamá no estén delante, yo hago lo que me han dicho porque son importantes para mí: nos queremos.
Por eso, ganar en amabilidad, coherencia, disposición a la escucha, comprensión, saber sintonizar, etc… es un buen programa para trabajar en la familia.
