Promover actividades en las cuales se incluyan prácticas derivadas de las corrientes religiosas orientales, aun cuando se trate de presentarlas de un modo desvinculado respecto de ellas, es un riesgo en el que no debe incurrir precipitadamente una comunidad religiosa o parroquial, y menos aún, cuando en los últimos años han sido tan claras las disposiciones de la Iglesia, pues puede engendrar, cuanto menos, un estado de confusión que conduzca a formas de sincretismo y de relativismo religiosos. Convendrá actuar con precaución, claridad de criterios y un discernimiento prudente y oportuno a la hora de realizar actividades que, en mayor o en menor medida, partan de supuestos originados en dichas corrientes.
Bastante dolorosa ha sido la experiencia de descristianización y pérdida de valores de la sociedad occidental, muy aguda desde los años 60 del pasado siglo, y no debemos perder de vista que, a la vez como una de las muchas causas y consecuencias de ella, ha contribuido la difusión de sectas y corrientes filosófico-religiosas orientales. Ante la crisis de valores y la descristianización, muchos jóvenes buscaron en ellas una respuesta a su vacío espiritual, a la vez que el entusiasmo por lo exótico les impulsó hacia las mismas. Ante esta experiencia, los católicos, y más aún las comunidades parroquiales y religiosas, no debemos favorecer todavía más el confusionismo y el relativismo existentes, apoyando actividades que puedan contribuir a difundir esas corrientes, pues nuestro deber es anunciar a Cristo y no otros mensajes “liberadores”.
Incluso cuando ciertos cursillos promovidos por parroquias y comunidades religiosas fueran del todo ajenos a la finalidad de difundir el budismo, el hinduismo, etc., siempre pueden servir de base para que sus asistentes, en lugar de verse inclinados a buscar a Cristo al ser recibidos, se encuentren motivados a profundizar en esas corrientes orientales. Hay que evitar simplismos como aquel del permisivismo hacia las “drogas blandas”, pues la experiencia también ha demostrado que en muchas ocasiones fueron la puerta de entrada hacia las “drogas duras”.
Por otro lado, para llevar a cabo optimistas “encuentros interreligiosos”, no se debe hacer de forma precipitada, sino con la prudencia, la cautela, el discernimiento y la atención a las indicaciones de la autoridad eclesiástica, de acuerdo con las normas dadas por el Magisterio de la Iglesia (por ejemplo, Concilio Vaticano II, Nostra Aetate, 2; Juan Pablo II, Vita Consecrata, 102). Hay que evitar dejarse llevar por un afán de novedad, de originalidad y de entusiasmo por lo exótico.
Consideramos muy recomendable la lectura del libro del P. José María Verlinde, (La) Experiencia prohibida. Del ashram a un monasterio (traducción de Manuel Ordóñez Villarroel), Burgos, Monte Carmelo (Colección “Otra mirada”), 2003, donde describe su trayectoria personal y su proceso de conversión, habiendo pasado por el hinduismo, el budismo y la “New Age” o “Nueva Era” hasta finalmente redescubrir la verdad en la Iglesia Católica. En la obra demuestra conocer muy bien el hinduismo y el budismo y traza las diferencias esenciales con el cristianismo, además de anunciar otro libro sobre los errores de la mencionada “Nueva Era”.