Puede suceder, en un momento determinado, que descubras un problema en uno de tus hijos –unas mentiras en cuestiones escolares, o pequeños robos, o que bebe más de la cuenta o tiene desavenencias cuando sale con sus amigos– y no sepas cómo afrontarlo con la prudencia adecuada para no convertir dicho problema en algo que termine en una bronca violenta que imposibilite una solución factible.
Partiendo de la base que estas situaciones no son fáciles de abordar y que no existen “recetas” que proporcionen curas felices, si se da el caso sugiero lo siguiente:
_ Planificar una conversación clarificadora que posibilite una solución factible. Ignorar un problema por miedo a afrontarlo, no hace que éste desaparezca.
_ Elegir bien el momento para sentarse y conversar ofreciendo los padres sinceridad y confianza y solicitar lo mismo a la hija o el hijo.
_ Plantear las cosas dando facilidad para que se desahogue por completo, ayudándole con preguntas sencillas, aventurando incluso –delicada y prudentemente– lo que suponemos que ha pasado y quizás no se atreve –por vergüenza o miedo– a contar, exagerando un poco para que, simplemente, tenga que asentir o matizar lo que se le ha propuesto.
Es bueno tener presente que, si se utiliza la delicadeza, la tensión inicial de afrontar el problema suele transformarse en “un balón de oxígeno” y que es imposible curar un cáncer a base de esparadrapo y mercromina. La cirugía de la sinceridad desatasca el cauce de la confianza y hace brotar un agradecimiento benéfico que nace del desahogo.
Para terminar. Los esfuerzos a la hora de educar conviene invertirlos en crear un clima que inspire confianza y se logra cuando se vive la sinceridad, el respeto y se tiene en cuenta la idiosincracia personal.