San Agustín señala que los ángeles comprenden a Dios “por la presencia misma de la verdad inmutable, es decir, por el Verbo unigénito.
Y comprenden también al Verbo y al Padre y al Espíritu Santo por ellos, y entienden que ellos son la Trinidad inseparable y que cada una de las personas es en sí misma una sola sustancia, y todas no son tres dioses, sino un solo Dios” (La Ciudad de Dios, lib. XI, cap. 29).
El conocimiento de los ángeles proviene de ser impresas en ellos las razones de todas las cosas por el Verbo divino, según explica Santo Tomás. En cada ángel se halla impresa la razón de su propia especie según el ser natural y según el ser inteligible, por lo que subsiste en la naturaleza y se entiende y conoce a sí mismo; pero también se hallan impresas las razones de las otras naturalezas en cuanto al ser inteligible, de tal modo que conoce por ellas las criaturas, tanto las otras espirituales como las corporales (Suma Teológica I, q. 56, a. 2 in c).
El ángel tiene un doble conocimiento del Verbo: uno natural y otro de gloria. El primero, porque lo conoce reflejado por su similitud en su naturaleza; el segundo, porque conoce al Verbo por su esencia. Aquél es un conocimiento imperfecto y éste es perfecto. El conocimiento natural de las cosas en el Verbo le fue concedido al ángel desde el principio de su creación; el de gloria, en cambio, le fue otorgado cuando fueron hechos bienaventurados definitivamente por su conversión al Bien (por lo tanto, no se les ha dado a los demonios o ángeles rebeldes), y éste es el conocimiento que en propiedad se denomina “matutino” o “diurno”, a diferencia del otro que es “vespertino” (Suma Teológica I, q. 62, a. 1 ad 3). En el conocimiento “matutino”, “ven al Verbo y las cosas en el Verbo, y en esta visión conocen los misterios de la gracia […] según Dios se los quiera revelar” (Suma Teológica I, q. 57, a. 5 in c).
Santo Tomás considera que los demonios, los ángeles rebeldes que fueron castigados al infierno, nunca tuvieron visión directa del Verbo, conocimiento de gloria: no alcanzaron la bienaventuranza, a diferencia de los ángeles buenos. Y tampoco conocieron por completo el misterio de la Encarnación mientras Cristo estuvo en la tierra. Siguiendo a San Agustín, el Aquinate sostiene que en la tierra el Verbo encarnado se dio a conocer a los ángeles buenos, pero a los demonios simplemente se daba a conocer para su espanto por medio de ciertos efectos temporales (La Ciudad de Dios, lib. IX, cap. 21; y Suma Teológica I, q. 64, a. 1 ad 4). El misterio de la Encarnación en general fue revelado a todos los ángeles desde el principio, porque es como un principio general al que se ordenan todos los ministerios de los ángeles. Pero el misterio considerado en sus condiciones especiales no fue conocido por todos desde el principio (Suma Teológica I, q. 57, a. 5 ad 1).
El entendimiento del ángel al contemplar el Verbo se encuentra siempre en acto y en esta visión consiste su felicidad, su beatitud, su bienaventuranza. Y en ese conocimiento del Verbo conocen las cosas a una vez por el Verbo, las conocen todas en una especie inteligible (Suma Teológica I, q. 58, a. 1 in c, et a. 2 in c).
Conocimiento de Dios
El conocimiento que de Dios tiene el ángel por sus medios naturales es intermedio entre el que Dios tiene de sí mismo (verle por su esencia: sólo Dios lo tiene) y el que de Él tenemos en esta vida terrena (por medio de la semejanza divina reflejada en las criaturas, viendo a Dios en un espejo). En la naturaleza del ángel está impresa la imagen de Dios, por lo que conoce a Dios por su propia esencia (la del ángel) en cuanto que ésta es una semejanza divina; pero no ve la esencia divina, porque ninguna semejanza creada es suficiente para representar la esencia de Dios. En consecuencia, este conocimiento que el ángel tiene de Dios se aproxima más al del espejo, que reproduce la imagen de Dios, que al conocimiento puramente esencial de Él (Suma Teológica I, q. 56, a. 3 in c).