Sobre el mar de Galilea, ese lago de agua dulce normalmente caluroso y tranquilo, soplan repentinamente vientos fuertes desde el desierto, que levantan olas de hasta tres metros de altura. Estas tormentas repentinas se producen sobre todo en verano, a la caída de la tarde. Jan Brueghel ilustra un episodio de la vida de Jesús recogido por tres de los cuatro evangelistas: la tempestad calmada. La pintura ejecutada sobre cobre es bastante reducida de color pero rica en matices y tonos, predominando en ella los verdes, azules y grises, que contrasta con los intensos y vibrantes rojos de las túnicas de los apóstoles. La minuciosidad de la pincelada se percibe en cada uno de los pequeños detalles que enmarcan la escena.
En la secuencia del relato evangélico, Jesús venía de hacer tres milagros cuando subió a la barca con sus discípulos: había sanado a un leproso, al siervo del centurión y a la suegra de Pedro. Es decir, los apóstoles acababan de comprobar una vez más el divino poder del Maestro.
Sin embargo, durante una travesía el mar se encrespa. El viento sopla con violencia. Las olas se levantaban en torbellinos furiosos y socavan en el mar abismos profundos. La vorágine se abre ante ellos, y temen zozobrar. Brueghel coloca en la embarcación, azotada por las olas, a Jesús durmiendo, justo en el momento en que uno de los discípulos decide despertarlo antes de que el bote haga aguas. La barca va completa con once de los discípulos, que se afanan por evitar una catástrofe luchando con los remos y con las velas.
-- ¡Señor! ¡Señor! ¡Sálvanos, que perecemos! – le dicen tratando de despertarle.
-- ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? --Y levantándose, ordenó a los vientos y al mar que se calmaran. Y ellos se preguntaban: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
He ahí nuestra historia. En los momentos de fervor nos quedamos tranquilos y recogidos junto al Maestro. Pero cuando viene la tempestad, el peligro absorbe nuestra atención. Desviamos entonces la mirada de Nuestro Señor para fijarla ansiosamente sobre nuestros sufrimientos y peligros. Dudamos... y sentimos hundirnos.
Este es considerado también como un símbolo de la Iglesia en tiempos de peligro. “Levantaos, Señor; ¿por qué parecéis dormir?” –exclamaba San Luis María Grignión de Montfort al final de su Oración abrasada: “¡Fuego, fuego, fuego! ¡Socorro, socorro, socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en las almas! ¡Fuego en el santuario! Levantaos en vuestra omnipotencia, vuestra misericordia, vuestra justicia, Señor.”
Jan Brueghel, el Viejo (Bruselas, 1568 - Amberes, 1625) fue miembro de una dinastía de pintores cuyo primer nombre relevante fue el de Pieter Bruegel, padre de Jan, que murió cuando éste era un niño. Se formó con su abuela, la miniaturista Maria Bessemers, y con el pintor Pieter Goetkindt. Trabajó el paisaje, la pintura alegórica, mitológica, de género y la naturaleza muerta, especialmente las flores y guirnaldas, donde alcanzó una gran perfección. Este cobre, firmado por el artista y fechado en 1596, es una versión autógrafa de una pintura conservada en la Pinacoteca Ambrosiana de Milán. Es frecuente encontrar dentro de la producción de Brueghel réplicas de sus obras.
Muchos de sus cuadros son colaboraciones en los que otros autores, como Peter Paul Rubens, Hendrick de Clerck, Frans Francken el Joven, Paul Brill y Hendrick van Balen pintaban las figuras, encargándose él de los paisajes y flores.
Su hija Anna se casó con el pintor David Teniers, el Joven.
Jan Brueghel el Viejo (entre 1600 y 1625), retrato atribuido a Anthony van Dyck (Alte Pinakothek).