Si en los primeros años de vida –cuando se están forjando los cimientos del desarrollo de la personalidad– un niño recibe una buena orientación, acompañada del ejemplo que sus padres le aportan, tendrá más fácil descubrir la trascendencia que tiene el hacer lo que se debe hacer. Conviene no perder de vista que todo lo que no se aprende en los primeros años de vida, queda como tarea para el futuro. Y en el futuro, dicho descubrimiento entraña una mayor dificultad. Por eso, hablar, proponer, explicar… que existen unos referentes es algo imprescindible para construir una personalidad sólida, sana y madura.
Está demostrado que la ausencia de referentes no predispone a una libertad responsable, sino que favorece la construcción de personalidades inseguras y muy vulnerables a la frustración, a la protesta y a la infelicidad. Por eso, los padres deben enseñar a sus hijos a descubrir que hay una mirada dialogante que pertenece a Alguien que nos mira con un cariño infinito.
De esta forma, al saberse así mirados, podrán descubrir que valen mucho y que es importante responder con decisiones positivas a ese quehacer de cada día.
Por eso, propongo el siguiente referente de fondo para ofrecer a las hijas y a los hijos: “con cada cosa que hagas, trata de dibujar una sonrisa en el rostro de Dios nuestro Padre”. Este, no es un referente más, es el referente que da sentido a muchas situaciones que, en principio, suelen afrontarse como negativas o dolorosas. Y la “respuesta” de ese Dios –que es un Padre con corazón de madre– ante la manera de afrontar las cosas contando con Él, es de regalo. Regala una alegría que se instala en el interior y perdura. La alegría, la felicidad, no surge del hacer por hacer, del tener o saber mucho, sino del sentido que damos a lo que hacemos y tenemos. Y ese sentido –una vez descubierto– tiene mayor calado que la obligación.