Cuántos padres se han arrepentido de no haber dicho “no” a su primera hija/hijo cuando esta/este vino a su habitación porque no se atrevía a dormir sola/solo, o cuando cedieron a sus propuestas desatinadas por pereza y evitar el pasar un mal rato discutiendo, etc.
Darles todo a los hijos sin pedirles el menor esfuerzo no es muestra de amor, sino incapacidad de comprometernos a formar con el propio ejemplo.
Hoy, da la impresión, de que los padres de familia tienen miedo a esta palabra porque les hace sentirse culpables si la utilizan.
La diferencia psicológica fundamental entre el niño y el adulto radica en que uno desconoce y el otro conoce cuáles son sus límites, hasta dónde puede llegar en sus deseos, qué le ayuda o hace daño, que es bueno y qué es malo… Por eso, unos padres que son incapaces de decir “no” a sus hijos, les hacen mucho daño.
Es muy importante enseñarles los límites como parte de la formación y mostrarles las consecuencias que se derivan de lo que hacemos. Cuando los hijos se acostumbran a conseguir de sus padres lo que quieren sin esfuerzo, se convierten en grandes egoístas. Y una persona egoísta tiene su vida arruinada porque la vida es un constante reto que demanda esfuerzo personal. En la vida no existe lo fácil, todo implica esfuerzo, dedicación, entusiasmo, tenacidad y sacrificios.
Por eso el “no” al capricho y a la constante apetencia, ayuda a que los hijos forjen su carácter y consigan lo que apetecen poniendo en juego su esfuerzo y su espíritu de superación. Ese es el beneficio que con el “no”, consiguen los padres para sus hijos.