el problema no es que a esa persona le falte interés o entendederas, sino que somos nosotros quienes estamos equivocando el planteamiento porque no hemos logrado -antes de proponer ningún consejo- comprender cuál es su verdadero problema. Quizás con buena fe, le estamos recomendando usar unas gafas que a nosotros nos van bien, pero que a ella probablemente no.
Es un error bastante común que todo padre, toda madre, debe tener presente a la hora de escuchar lo que le cuenta -una hija, un hijo- cuando abre su interior. La disposición debe ser: escuchar para ayudar. Y se ayuda cuando nos hacemos cargo de la situación y comprendemos su estado emocional.
Cuando alguien nos abre la puerta de su intimidad y empieza a contar lo que le inquieta o angustia, lo que menos desea es escuchar una retahíla de sabios consejos y magníficas soluciones.
Lo primero que necesita la persona que queremos ayudar es sentirse comprendida, entendida y apoyada sentimentalmente. Esto lo detecta mediante esa comunicación no verbal que transmite: te entiendo, me hago cargo. Es un primer paso que nos une o nos distancia y sirve para generar confianza o desconfianza. Por lo tanto, es importante escuchar para comprender… no para responder y colocar nuestro repertorio, que en muchos casos poco tiene que ver el acierto en el consejo, porque ha fallado lo primordial: la escucha atenta, callada y solícita.
Hay padres que se quejan amargamente de que sus hijas/hijos no les escuchan y, quizás, en la propia formulación de la queja está la raíz del problema: no es el hijo, la hija, quien tiene que escuchar al padre/madre; es el padre/madre quien tiene que escuchar a la hija, al hijo, con la intención de entender el problema y el estado emocional que dicho problema genera en la hija, en el hijo. Continuará en la próxima revista.