Si a ese desconocimiento se le suma la tendencia que tenemos a autoproyectarnos en los demás -lo que hace que pensemos que la otra/otro, percibe, reacciona, responde, ama, necesita o valora igual que yo- el resultado que se obtiene es: una infinidad de incomprensiones en la convivencia matrimonial que deteriora progresivamente la relación de pareja y la alegría en el hogar.
Cuando se convive en esta situación, se ve como una pesada losa la educación de los hijos ya que, la persona tiene un depósito de motivaciones que cada día debe reponer para poder funcionar en positivo y si, el elemento que posibilita ese buen funcionamiento -el amor- falta o está deteriorado, es imposible poderlo transmitir a los hijos porque sólo se transmite mediante las vivencias.
Estoy convencido de que, en muchos casos, el deterioro viene precedido por el desconocimiento. De ahí que, unos padres que quieran resolver la situación negativa en la que se pueden encontrar, la solución pase por conocer los distintos modos de percibir que tenemos hombres y mujeres, y entender que esas diferencias son debidas a algo que es inherente a la modalidad de la persona: masculinidad-feminidad.
Pensemos en lo siguiente: los hijos creen que sus padres les orientan “porque saben”. Si resulta que sus padres no saben lo que acabamos de exponer… Entonces ¿cómo van a poder aconsejarlos con acierto? ¿Cómo van a recibir ellos noticias de esas distintas necesidades para poder ir aprendiendo a ponerse en el lugar de la otra, del otro?
Al hilo de lo expuesto, resulta interesante ver la luz que aporta un estudio que hizo iCmediaNet sobre las preferencias, usos y valoraciones en los teléfonos móviles que tienen los adolescentes. En él se aprecia lo siguiente. Las chicas optan más por la virtualidad comunicativa: enviar y recibir mensajes, hablar y chatear. Los chichos, sin embargo, se decantan por los videojuegos o descargar películas y música. Ellas buscan la relación mientras que ellos la acción.