Vieron a aquel pobre, pero pasaron al otro lado sin pararse. Por el contrario el samaritano, cuando ve aquel hombre, «tuvo compasión de él» (Lc 10,33) dice el Evangelio. Se acercó, le curó las heridas, vertió sobre ellas un poco de aceite y de vino; después le subió a su cabalgadura, lo llevó a un albergue y pagó su alojamiento… En suma, se preocupó por él: es el ejemplo del amor por el prójimo. Pero ¿porqué Jesús elige un samaritano como protagonista de la parábola? Porque los samaritanos eran despreciados por los judíos, a causa de su diferente tradición religiosa; sin embargo Jesús hace ver que el corazón de aquel samaritano es bueno y generoso y que – a diferencia del sacerdote y el levita - él pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere la misericordia más que el sacrificio (cfr Mc 12,33). Dios siempre quiere la misericordia y no la condena a todos. Quiere la misericordia del corazón, porque Él es misericordioso y sabe comprender bien nuestra miseria, nuestra dificultad y hasta nuestro pecado. ¡Nos da a todos un corazón misericordioso! El Samaritano hace suyo esto: imita él mismo la misericordia de Dios, la misericordia a quien tiene necesidad.
Un hombre que ha vivido plenamente este Evangelio del buen samaritano es el Santo que recordamos hoy: San Camilo de Lellis, fundador de los Ministros de los enfermos, patrono de los enfermos y de los operarios sanitarios. San Camilo murió el 14 de Julio de 1614, hoy se celebra el cuarto centenario, que culminará después de un año.
Saludo con gran afecto a todos los hijos e hijas espirituales de San Camilo, que vivan su carisma de caridad en el contacto diario con el enfermo. ¡Sed como él buenos samaritanos! Y a los médicos, enfermeros y colaboradores que trabajan en los hospitales y ambulatorios, auguro que sean animados de este espíritu. Apoyemos esta intención a la intercesión de María Santísima.