Satanás y sus demonios emprenden una guerra abierta y total contra Jesús desde los prolegómenos de su vida pública. Era algo ya anunciado en el “Protoevangelio” del Génesis: “establezco hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia” (Gen 3,14).
Es una enemistad, por tanto, entre el diablo y María Santísima (la nueva Eva), y la prole de Ésta, que es Jesucristo, el nuevo Adán y Redentor del hombre, así como sus discípulos renacidos por la gracia y que conforman la Iglesia. Los evangelistas nos dicen que Jesús fue conducido por el Espíritu Santo al desierto después de su bautismo en el río Jordán. Y allí, habiendo ayunado durante cuarenta días con sus noches, se le presentó “el tentador”, “el diablo”, tratando de apartarle de su verdadero camino mesiánico e incluso que llegara a adorarle a él, pero Jesús le venció en todos sus asaltos (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13). No obstante, el diablo no cejaría en su empeño, sino que “se retiró de Él hasta otro tiempo oportuno” (Lc 4,13). Por lo tanto, la guerra de Satanás contra Jesucristo no había terminado.
Un pasaje que tal vez nos resulta duro, pero que revela la manera en que el demonio puede suscitar la tentación, es cuando el Señor recrimina a San Pedro, justamente después de que éste le ha reconocido como Mesías e Hijo de Dios y de que Jesús le ha dado las llaves del reino de los cielos (Mt 16,16-19): “Apártate de mí, Satanás” (Mt 16,22). ¿Por qué reacciona así ahora Nuestro Señor? Porque Pedro, dejándose llevar por miras humanas, no entiende el sentido redentor de la misión de Cristo por medio de la Pasión y la Muerte y pretende que el Señor no diga ni haga nada de esto; está impregnado de la comprensión judía clásica que miraba al Mesías como un libertador político; y en realidad, es el mismo Satanás quien desea que Jesucristo no asuma la Cruz, pues sabe que él será derrotado en ella. Satanás, por tanto, alienta en Pedro esa visión y Jesús descubre detrás de las palabras de Pedro al mismísimo Satanás.
Si Satanás ataca a Cristo, es porque efectivamente sabe que Cristo le puede derrotar. Y una gran parte de su derrota se ve en los numerosos exorcismos que el Salvador realiza en su vida pública. En varias de estas ocasiones, los mismos demonios lo reconocen como el que les puede vencer, como sucede con el poseso de la sinagoga de Cafarnaúm, “un hombre poseído de un espíritu inmundo” que se pone a gritar ante la presencia de Jesús: “¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús Nazareno? Viniste a perdernos. Te conozco quién eres, el Santo de Dios” (Mc 1,23-24; Lc 4,33-34). Y el endemoniado de Gerasa se llega a postrar ante Él porque los demonios que lo poseen exclaman aterrados: “¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te suplico que no me atormentes” (Mt 8,29; Mc 5,6; Lc 8,28). El pasaje es muy interesante, pues se descubre que son multitud de malos espíritus los que poseen a este hombre, que luego querrá seguir a Jesús, y por eso proclaman que su nombre es “Legión”, ya que son muchos demonios (Mc 5,9; Lc 8,30). También se dice que Jesús expulsó siete demonios de María Magdalena (Mc 16,9; Lc 8,2).
Son bastantes los casos de exorcismos referidos en los Evangelios e incluso se observa que eran frecuentes en la actividad pública del Señor: “llevaban a Él todos los endemoniados […] y lanzó muchos demonios, y no permitía a los demonios que dijesen que sabían quién era” (Mt 8,16-17; Mc 1,32-34; Lc 4,40-41). Asimismo se dice que “recorrió toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Mc 1,39). Los evangelistas suelen distinguir con bastante nitidez los casos de exorcismos de endemoniados respecto de las curaciones de enfermos, si bien se dan casos en los que un demonio causa además una enfermedad o mal físico. Jesús explica también ciertas cuestiones sobre la posesión diabólica y el modo de actuar de los demonios (Mt 12,43-45; Lc 11,24-26).
La victoria de Jesucristo sobre Satanás y sus otros ángeles malos se hace notoria cuando, habiendo dado potestad a los Apóstoles y a otros discípulos para expulsar demonios (Mt 10,8; Mc 3,14-15; 16,17-18; Lc 9,1; 10,17-20), ellos llegan satisfechos comprobando que les obedecen y salen de los hombres atormentados; entonces Jesús exclama: “Contemplaba yo a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc 10,18).
Pero tremenda es la obstinación de los fariseos, que difaman a Jesús suponiendo que expulsa a los demonios en nombre de Belzebú, “el príncipe de los demonios”, a lo cual responde con gran afinación que, si todo reino dividido es desolado, ¿cómo puede Satanás buscar así su propia ruina? El Señor cataloga este pensamiento de los fariseos como una blasfemia contra el Espíritu Santo, porque atribuyen al diablo las obras buenas de Dios (Mt 12,24-32; Mc 3,22-30; Lc 11,14-23).